Santa Catalina de Siena escuchó decir a Dios: “el alma humana está hecha de amor, porque por amor la creé, y por ello no puede vivir sin amor”. San Agustín enseñó: “el amor de mi alma es el peso que hace inclinar a mi alma”. San Juan nos enseña: “el que no ama, permanece en la muerte”(1 Juan 3,14).
De todo esto aprendemos que el amor no es un accidente ni un adorno en nuestra vida, sino el motor mismo que nos mueve. La gran pregunta al final de la vida es: “¿amaste?”. Mas sabemos también que no todo amor es digno de ese nombre. Nada nos lastima tanto como un amor falso, un amor traicionado o un amor utilizado.
Por eso es muy importante buscar la sanación de las primeras experiencias afectivas, porque en esos primeros intentos de amar y de ser amados cometemos muchos errores y cometen muchos errores con nosotros. Algunos de estos errores dejan secuelas para muchos años.
Aquí habría que hablar de la afectividad en la infancia, desde luego, pero no vamos a empezar por ahí sino por las experiencias de pareja, es decir, de noviazgo. La razón principal para optar por este método y este orden es ésta: cuando somos niños sentimos que el amor es algo que “nos deben”, algo que “tiene que estar ahí”, y que no es necesario ganarlo. En las experiencias de amistad y sobre todo de noviazgo, en cambio, hay un alto porcentaje de riesgo. Embarcarse en una relación de amistad profunda o de noviazgo es entrar en la aventura de ser amado no por un deber de la naturaleza o de la sociedad sino por una opción, por una decisión.
Y es aquí donde empezamos a cometer nuestros errores. Al fin y al cabo, es fácil echar las culpas de nuestra vida a nuestros papás o nuestras familias, pero los errores nuestros empiezan usualmente cuando nos arriesgamos a amar por cuenta propia. Es allí donde queremos saber si somos “dignos” de ser tenidos en cuenta, y de ser apreciados y valorados como hombres o como mujeres. Esta es la época en que la palabra “amor” se consolida como columna de nuestra vida o se derrumba y prostituye como “pasatiempo”, “ruina” o “llaga” de nuestra vida.
Y el primer error que cometemos es este: muchas personas creen que aman mucho porque les gusta mucho que los amen. El noviazgo suele construirse sobre una base tremendamente egoísta: cada uno quiere asegurar su identidad masculina o femenina a través del otro, más que con el otro o junto al otro. Es un juego muy peligroso, que con frecuencia deja heridas profundas, porque al final de una experiencia así es muy fácil sentirse utilizado. Y la persona que se siente utilizada sale con una consigna: “la próxima vez, no voy a dejar que me ganen, la próxima vez voy a ganar yo”. Y esa ansia de “ganar” convierte al noviazgo en un monumento al egoísmo”.
El segundo error del que necesitaremos sanarnos está en el mal uso del cuerpo. A medida que el amor se vuelve sensualidad desbocada o simple ejercicio sexual, la soledad se adueña del alma. El sexo tiene su lugar en la vida humana, y es un lugar bello como es bello todo lo que Dios quiso para el ser humano, pero cuando la sexualidad empieza a llenarlo todo, deja sin espacio al diálogo profundo, al sentimiento mismo y a la ternura desinteresada. El resultado de una vida sexual prematura es la incapacidad para una comunicación profunda, pues los amantes que no comparten sino sus cuerpos en realidad no se conocen. Esto es grave en cualquier caso, porque si la relación llega a matrimonio, es el matrimonio de dos personas que saben cómo reaccionan en la cama, pero no fuera de ella, y la vida del hogar es más que cama. Y si la relación no llega a matrimonio, la sensación de vacío y de haber sido utilizado engendra dura depresión y nefastos propósitos de “sacar un clavo con otro clavo”.
El tercer error es el aislamiento. Es lo que llamamos “la isla para dos”. El aislamiento hace que todos los problemas parezcan más grandes, o incluso insuperables. Hace que la dependencia emocional y sexual sea mayor, y sobre todo engendra un “egoísmo de pareja” que conduce a la construcción de familias también aisladas que viven para sí mismas, olvidándose de los pobres y necesitados de la sociedad.
Fr. Nelson Medina F., O.P.