13.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
13.2. Hoy quiero meditar contigo la semejanza y la diferencia que hay entre la creación y la redención. Sabes que la redención o salvación ha sido llamada “nueva creación” (2 Cor 5,17; Gál 6,15), y no sin razón, porque la transformación realizada cuando el amor de Dios Padre se desborda en el alma humana en atención a los méritos de Cristo es sólo comparable a la obra de la creación.
13.3. Tú no fuiste testigo de tu creación, mientras que sí puedes notar mucho de la obra de tu redención. Digo esto, y sin embargo te invito a que descubras de modo nuevo lo que significa ser creado, que es algo muy próximo a presenciar tu propia creación. Revestido de este conocimiento tendrás la parábola más alta para saber qué fue lo que Cristo, Nuestro Señor, hizo por ti y por tus hermanos los hombres.
13.4. Te repito: descubrirte creado es casi como ser testigo de tu creación. Sólo que mientras que la creación como tal permanece en el pasado y en cierto sentido se aleja de tu presente, el descubrirte creado es algo que no está atrás de ti sino muy adentro de ti, y que por esto te acompaña. Es una realidad tan fresca y lozana como el aire limpio de la mañana de hoy. ¡El misterio de tu ser creado nunca envejece y nunca se agota! En las entrañas de tu mente inquieta, por los surcos de tu corazón vacilante, en los recintos apartados de tus memorias, allí está, siempre virginal y siempre nuevo, el misterio de tu creación.
13.5. Desciende, pues, de mi mano; invoquemos el nombre de Cristo, Luz del Universo, y avanza tu pie allí donde ya no se escuchan las voces de los hombres, el rugido de las máquinas, el vértigo de las noticias, ni el rumor de las opiniones y quimeras de la raza humana.
13.6. Siente cómo el aire se vuelve distinto y escucha el eco de tus propios pasos sobre el piso, casi intacto. Allí están las cosas, tus cosas, tal como Dios quiso dejarlas el día que te creó. Deja, pues, por un momento el recuerdo de tantos asuntos que debes o quieres hacer. A esta parte de tu alma no se viene para hacer nada, sino sólo a aprender, a escuchar, a agradecer.
13.7. Mira cómo en esos corredores en penumbra hay todavía nuevas escalas que te llevan a espacios aún menos conocidos por ti. Esta es la parte del corazón en la que se forjan tus grandes esperanzas. Cuando el mundo te inunda con sus imágenes y voces algo alcanza a salpicar hasta este cuarto, pero ya ves cómo su aspecto general es el de una inmenso y desierto salón. Notas que no hay nadie. Así es la vida humana: adentro no hay mucho ruido ni alboroto de gentes. Y sin embargo, de aquí dentro brotan los gritos de justicia cuando el caos intenta adueñarse de la tierra, y aquí nacen los impulsos irreprimibles de la misericordia cuando sientes que no puedes dejar de conmoverte ante una escena terrible de crueldad.
13.8. Aún hay otra escala que te lleva de aquí a una zona más profunda.
13.9. Este otro recinto parece simplemente una sala iluminada. Es la imagen que Dios te permite contemplar en este momento para hacerte entender algo muy profundo. Mira cómo mis palabras van siendo fielmente repetidas por los ecos de esta especie de salón. A través de las puertas pequeñas que dan a las escalas como ésta en que nos encontramos entran las voces más penetrantes de todas las estancias superiores. Lo que quiero decirte es que todo hace resonancia aquí.
13.10. En este lugar, que, como ves, está discretamente iluminado, hallas representado lo que tú sabes de ti mismo en el eco de todo lo que sientes, imaginas, deseas, recuerdas, proyectas, temes o sueñas. Es una región sumamente íntima de ti que, como ves, no tiene mueble alguno, pues nada debe interrumpir el fluir de la luz y de la palabra. Nota de igual manera que, aunque todo se ve iluminado, no es fácil reconocer el origen de la luz.
13.11. En el centro de este sitio, donde parece que hubiera piso, hay solamente luz que brota de un área todavía más profunda. Esa luz que le da piso a tu percepción incesante de ser el mismo a través del tiempo y de los cambios que padeces, es la conciencia. Si pudiéramos entrar juntos a través de esa luz, encontrarías como la cúpula de un inmenso templo y al fondo de él verías un pequeño riachuelo que atraviesa todo el lugar. El piso de ese templo está hecho de tierra virgen, que nadie toca ni puede tocar, y que conserva, por así decirlo, las huellas primeras de la obra de Dios.
13.12. Esa tierra es una evocación de la tierra de la que fue hecho Adán, según el relato de la Escritura (Gén 2,7) y ese río lleva en el suavísimo murmullo de sus ondas la canción que Dios Padre cantaba el día en que te hizo. Los silencios contemplativos más hondos hacen que algunos santos hayan podido escuchar este suavísimo y bellísimo cantar.
13.13. Incluso algunos de tu raza, tan amada de Dios, han recibido la gracia de mirarse en el espejo, borroso pero fiel, que forman las aguas de ese riachuelo. Y como entre brumas y en enigma han visto a Dios, Fuente gozosa y feliz de todo cuanto existe.
13.14. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.