La cuestión de la autocrítica
La Iglesia es a la vez majestuosa y servidora, y nuestros dos interlocutores han ido descubriendo la racionalidad de estos dos enfoques. Pero ¿qué decir de la capacidad de examinarse a sí misma la Iglesia?
–El problema, para mí, es que esa visión permite poca autocrítica. Si la Iglesia tuviera siempre santos y celosos pastores, humildes y llenos de celo apostólico, no habría problema en que se vistieran como quisieran. Pero la Iglesia es humana también, Fidelio, y no podemos meterla en una burbuja intocable de espiritualidad solamente para sustraerla de la crítica. Es algo así como: “A la Iglesia sólo la puede examinar la Iglesia.” Yo veo un riesgo de totalitarismo ahí, y creo que la Historia me da la razón.
–Depende de qué historiador consultes. Mi propia opinión es que no ha sido la crítica “exterior” la que ha traído los verdaderos bienes a la Iglesia. Nadie puede mirarla de modo completamente desinteresado. Si crees en Cristo, si crees en Cristo hasta el fondo, sólo la puedes considerar tu Casa, tu Fuente Nutricia, tu Madre y Maestra. Si no crees en Cristo sólo la puedes mirar como una amenaza, porque de Cristo viene la enseñanza que nos impide idolatrar cualquier forma de poder, de riqueza o de conocimiento. Así que es un sofisma eso de que uno puede tener una mirada “externa” sobre la Iglesia. O la amas, hasta dar tu vida por Ella, o la detestas y tratas de recluirla en la sacristía o el campo de concentración. Yo por mi parte, tengo muy clara mi opción: quiero a mi Iglesia y no me avergüenzo de mostrar que la quiero.
–¡Yo también amo a la Iglesia! Criticarla, incluso cuando se toma en cuenta el punto de vista “de los de fuera,” como decía san Pablo, no es un acto de desamor sino muchas veces de grandísimo afecto. Si la Iglesia necesita conversión y purificación, como tú mismo lo has admitido, quiere decir que necesita crítica.
–Pero esa crítica viene del amor y del deseo de construirla, no de un mal disimulado fastidio, que quisiera borrar de la faz de la tierra todo lo que huela a Jesús.
–Estás muy extremista. Perdona, Fidelio, pero te veo rozando el fundamentalismo. Ya casi vas a decir que, si uno no admite lo que tú piensas, es un enemigo de Dios. Pienso que la crítica es necesaria y es purificadora, y pienso que la crítica supone apertura a oír las voces de afuera, y no sólo a reciclar los documentos oficiales, como si ya todo estuviera estudiado, analizado y respondido.
–¿Pero qué esperas tú de las voces “de fuera” Federico? ¿Qué esperas sino que se entre el espíritu del mundo y se adueñe lamentablemente de los corazones del clero, como ya vemos que sucede, para dolor de las almas fervorosas?
–Lo mío no es tan trágico, Fidelio. Lo mío es que uno se deje interpelar; que uno no vaya siempre anteponiendo la idea a la realidad, para luego ver cómo la realidad termina repitiendo la idea de uno. Yo pienso que podemos aprender a ser más como niños, a no ir todo el tiempo defendiéndonos de los que piensan distinto, o de los que creen distinto, o de los que no nos van a tratar como queremos que nos traten. Ir vestidos de un modo implica hacer una afirmación sobre quiénes somos pero también una afirmación sobre cómo queremos ser tratados.
–¿Y tú no crees que el sacerdote que se viste de alto ejecutivo con fina corbata y loción de última moda está haciendo también una afirmación, y está diciendo: “trátenme como un gerente”?
–¡Por supuesto, Fidelio! Te repito que mi problema no es tu sotana. Yo simplemente tomo un poco la posición de un observador, así tú no creas en la neutralidad, o tengas tanto temor a ser observado “desde fuera.” Y si soy observador, veo que existen muchos modelos de sacerdotes y de consagrados. Hay curas que se visten como perpetuos adolescentes mimados. Hay otros que quieren la pinta de un gran ejecutivo, y otros prefieren la facha de un rebelde, porque sueñan con ser los “Ché Guevara” de la Iglesia del siglo XXI. Por supuesto que lo más cómodo para cada uno de ellos es encerrarse en su propio esquema, hacer de sus convicciones una especie de “búnker” y desde allí condenar o menospreciar a los demás. Lo más probable, sin embargo, es que la verdad completa no la tenga ninguno de ellos. Yo vuelvo a Jesucristo, sin anacronismos. Y pienso que Jesús tiene de la solemnidad del incienso y de la libertad del hippie. No es un puro intelectual ni un puro pacifista. No cabe completamente en el monje ni en el más ardiente misionero. Yo abogo por una Iglesia que sepa que Cristo habita en Ella pero que también la rebasa completamente.
–Te sonó persuasivo el discurso, Federico, pero te olvidas que el exceso de pluralidad engendra confusión. Sobre todo las mentes jóvenes necesitan criterios suficientemente claros y distintos sobre lo que es bueno y lo que es malo, y sobre qué significa ser un sacerdote y qué no lo es. Vivimos en tiempos de enorme ambigüedad y ahora se quiere hacerle creer a la gente que todo da lo mismo. Yo he sido educador por muchos años, tú lo sabes, y he visto que los chicos requieren referencias claras. Si yo les presento una película de Jesús hippie, y luego otra de Jesús como líder político, y luego otra de la Pasión de Cristo según la versión de Mel Gibson, ¡los pobres muchachos van a creer luego cualquier cosa que les pongan delante, así sea el Código de DaVinci! Admito que en ciertos círculos se pueden tratar temas delicados, y para eso están las Facultades de Teología y las revistas de temas especializados. Es allí donde se deben ventilar las cuestiones que se refieren, por ejemplo, a la naturaleza de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, o también los caminos inesperados de la gracia, y ello sin olvidar los “casus conscientiae,” el estudio de los casos de conciencia, que tanto bien harán a los confesores.
–Es decir, Fidelio, que si una persona no es Doctor en Teología, o si no puede entrar al círculo restringido de las tertulias de seminario, o si no puede pagar onerosas suscripciones en dólares, está condenado a la ignorancia y a obedecer con los ojos tapados…
–Mira, Federico, la obediencia no le hace mal al rebaño de Cristo. ¿Qué es el protagonismo clerical? Desobediencia. ¿En qué consiste el desastre de la familia, hoy por hoy? En que no se obedece al plan de Dios, sino al imperio de la concupiscencia, aupada en el galope del lucro ruin. Si miramos en torno lo que descubrimos es altanería de los hijos contra los padres, de los religiosos contra sus superiores, de los presbíteros contra sus obispos, en una espiral que pareciera no acabar nunca. Frente a ese remolino que ya el Papa ha llamado muy bien “la tiranía del relativismo,” nosotros tenemos ese tesoro que es nuestra fe inconmovible como una roca, y tenemos una Casa Espiritual donde vivir esa fe, que es la Iglesia. ¿Por qué renunciar a ella? ¿Por qué tratar a nuestros legítimos pastores como si fueran nuestros enemigos y no como lo que son, padres y maestros que nos instruyen y corrigen?
–No me disgusta la imagen de la casa. Pero una casa no está hecha sólo de relaciones verticales: papá-hijos. Existen las relaciones horizontales; existe la fraternidad; existen también la solidaridad y la alegría de compartir un camino juntos. Si la Iglesia a ti te parece un refugio, a otros les puede parecer una caverna: caverna donde precisamente se refugian o se esconden los que no quieren perder sus privilegios y certezas. Metidos en el ambiente que les gusta, y bien imbuidos de los discursos que todos manejan al unísono, se sienten seguros. Y disculpa si la comparación es peor que odiosa pero ¿no era algo así lo que tenía la secta de los saduceos o el grupo de los herodianos en tiempos de Jesús? Fíjate que, desde la perspectiva de los evangelios, Jesús era un advenedizo. Ellos, los que estaban bien instalados en los círculos del poder, no podían sino sentirse seguros de su doctrina, de sus privilegios, de ese sentido de “casta” que los hacía reforzarse mutuamente la sensación de que no podían estar equivocados. ¿Qué puede impedir que el clero que tanto defiendes caiga en los mismos errores?
–¡Federico, por Dios, yo no defiendo al clero por el clero! Mira, para responder en una palabra a tu pregunta suspicaz: toda la diferencia está en la acción del Espíritu Santo. Entre esa sinagoga de Satanás que condenó a la ignominia de la Cruz a Nuestro Señor Jesucristo y el grupo de hombres elegidos y ungidos con que cuenta nuestra Iglesia Católica no ay sino esa pequeña diferencia: ¡la Pascua, hermano, la dolorosa Pasión y gloriosa Resurrección de Nuestro Señor! ¿Vas a negar también la verdad de la Pascua? ¿Vas a negar la efusión del Espíritu Santo que habita en la iglesia y la hace “Columna de la Verdad, como dijo el apóstol de las gentes? ¡Perdóname tú, pero ¿cómo se te ocurre hacer comparaciones tan peregrinas?
–Disculpa, Fidelio. No te pongas así, buen hombre. Yo no estoy negando la realidad de la Pascua ni negando la gracia del Espíritu Santo, que si hay algo que creo con todas mis fuerzas es en el poder del Espíritu, más allá de las trampas que la burocracia y las ansias de poder quieren conseguir. Entiéndeme que yo no soy tu enemigo. Es sólo que quiero que nos mantengamos despiertos. Es el “sí, pero todavía no.” Tenemos sólo las primicias del Espíritu, dijo Pablo, y es peligroso creernos sobreabundantes de Espíritu, porque ahí es donde el dogma le gana a la vida y “la ley por la ley” se impone por encima de la libertad de los hijos de Dios.
–Federico: temo faltar a la caridad, y temo también que se me haga tarde para la oración de vísperas. Lo único que yo sé decirte es que la vida se compone de detalles y cada detalle, no sólo el vestido, quita o pone algo. Yo no soy tu director espiritual pero sí te recomiendo que conserves siempre viva conciencia de lo que eres y de lo que significas para el pueblo humilde y creyente. No eches a perder tu tesoro. ¡No dejes que se acumulen nuevas burlas y denuestos sobre la Iglesia Santa!
–Fidelio: recibo con verdadero afecto tus palabras. Sé que no me hablas porque sí, y sé que tu corazón es abierto y sincero en estos momentos. No te demoro ahora, porque quieres llegar a tiempo a las vísperas, pero también deja que me despida con una frase: Dios está lleno de sorpresas; no mires al mundo, no mires tu vida de una sola manera, porque ninguna mirada nuestra puede atrapar todo lo que Dios ve cuando nos crea y cuando nos salva. ¡Hasta pronto, hombre de Dios!
–¡Hasta pronto, Padre Federico!
Aunque la conversación parece concluida, está por intervenir una nueva voz, la próxima semana…