A veces pienso que, más que ir nosotros hacia el futuro, como lo sugiere una cierta ilusión óptica, es éste quien viene a nosotros y nos sorprende, desinstala, cuestiona y atrae.
El futuro ha llegado. Los hechos se consuman y el cuerpo venerado y venerable del Papa reposa en su cripta. Pronto llamarán a cónclave. ¿Qué cabe desear? Aquí van nueve anhelos.
4.1 Quiero alguien que ame apasionada y contagiosamente a Jesucristo y a su Iglesia, tras las huellas de los grandes Papas, y entre ellos, la senda marcada por Juan Pablo II.
4.2 Quiero alguien que, como Juan Pablo II, valore el tesoro inmenso de nuestros dos mil años de fe cristiana, y que nos ayude a todos a descubrirlo y proclamarlo sin complejos, y desde luego sin arrogancia. Alguien que se mueva a gusto entre todos esos siglos, de modo que no deje que ninguno de sus fieles idealice demasiado ninguna época.
4.3 Quiero un Papa que sea como nacido del Corazón de la Virgen María, a la manera de Juan Pablo II, que nos lo dejó traslucir muchas veces. Un Papa que desde ese Corazón mantenga un hilo de afecto con todos los pequeñitos, desplazados, marginados o acorralados; y también un hilo de devoción con los misterios de la infancia, la pureza, la adoración y el Cielo.
4.4 En consonancia con el camino testimonial que abrió Juan Pablo II, un Papa que nos cuente de él, de su vida, de sus reflexiones. Que se vea que no lo tiene todo ya hecho y respondido. Que haga del relato un recurso poderoso de evangelización y que de esa manera anime a sus cardenales y demás hermanos obispos a que dejen los estilos acartonados en el gobierno, en la celebración de los sacramentos y sobre todo en la predicación. Todos ellos son los sucesores de los apóstoles y lo propio de los apóstoles es orar y predicar (Hch 6).
4.5 Quiero por eso que el Papa sea ante todo un predicador, y con esto digo, uno que no lea tanto lo que dirige a los fieles. Alguien que, si es necesario, titubee sin avergonzarse mientras busca la palabra más precisa. Alguien que no le hable todo el tiempo “a la posteridad” y que nos haga sensible el paso del Espíritu Santo a partir de la Palabra para “aquí y ahora,” como una Lectio Divina. Que a la vida se la vea fluir de la Palabra más que de la doctrina, aunque la doctrina es también necesaria en su debido momento y medida.
4.6 Quiero uno que ore junto a nosotros muchas veces; que la mayor parte de los encuentros esté con nosotros y con María frente a Jesús; uno que nos acostumbre al susurro del Espíritu Santo y que con ese hálito transforme espiritualmente todos esos edificios bonitos del Vaticano en corredores de luz y de gracia donde los fieles se sientan más en su casa y en la casa de Dios. Que cuando lo visiten las grandes personalidades les hable tanto de Cristo que se conviertan en sus aliados, o en causa de su martirio, quizá.
4.7 Quiero un Papa que nos traiga un caudal siempre nuevo de preguntas y no sólo de respuestas. Uno que les dé pocas soluciones y muchas inspiraciones a sus hermanos los Obispos. Que a todos nos ponga a pensar y que sea valiente reventando los esquemas cuando son falsos. Uno que sea experto en sacar a luz las trampas y mentiras que este mundo “postmoderno” acepta sin saber lo que está aceptando; y aquí estoy pensando particularmente en los múltiples engaños sobre el sentido de la sexualidad y el lugar de la familia.
4.8 Quiero un Papa que renueve de mil modos el espíritu de colegialidad, de participación y de subsidiariedad del Concilio Vaticano II, no tanto en cauces institucionales, que rápidamente se esclerotizan, cuanto en la dinámica de un estilo nuevo de acoger las ideas divergentes. Un Papa que con su manera de trabajar muestre cómo integrar en un equipo humano real la voz, el corazón, la intuición, la sensibilidad y la fecundidad de la mujer. Alguien, en fin, capaz de sacar muchas cosas buenas cuando hay disensiones y capaz de enseñarnos a valorar lo que puede nacer incluso de los propios errores.
4.9 Finalmente, quiero un Papa que lleve la misión hacia el Oriente en lo íntimo de su alma, de manera que todos soñemos más y más en conversiones masivas hacia Jesucristo desde todos los rincones de este hermoso planeta. Por eso tendrá que ser mucho menos “romano” y menos “occidental,” en los sentidos empobrecidos que tienen esas palabras. Ya Juan Pablo II dio pasos significativos pero falta mucho.