Una de las cosas que más admiro de los dominicos irlandeses es su apostolado a través de la palabra escrita. Revistas como St. Martin’s Magazine, Religious Life o Spirituality brotan de una ya larga tradición que se esfuerza en ofrecer sólidos contenidos en un estilo de grata lectura. Únase a eso una buena calidad tipográfica y un tratamiento discreto pero muy profesional de las imágenes, y se comprende por qué las suscripciones se cuentan por miles.
Por supuesto, mi pensamiento vuela hacia Colombia. El lugar común que yo he oído en Colombia es que no se pueden sacar libros que no se van a leer. Y lo que la gente quiere leer ya está muy bien servido por la casi sobre-oferta de los supermercados, donde cualquiera puede actualizarse en telenovelas, recetas para adelgazar, métodos de meditación trascendental o enciclopedias por cómodos fascículos. En particular, nosotros los dominicos hemos sido muy malos para publicar, y lo que publicamos es casi todo pagando para tener cuartos llenos de libros que podrían tener un letrero en la puerta: “Hecho bajo el provincialato del Padre XYZ”
Si uno pregunta a los lectores ellos también se quejan. Con bastante sentido común hay gente que inquiere por qué los Testigos de Jehová pueden tener una Atalaya tan bien impresa cada semana y nosotros los católicos carecemos hasta de un mirador mensual. Lo cierto es que cuesta trabajo que la gente escriba, porque piensa que nadie va a leer, y cuesta trabajo que la gente lea, porque no encuentra lo que necesita o lo que le gusta.
Hay excepciones, sin embargo, en la misma Colombia. Cuando empezaba con fuerza la Renovación Carismática, allá en tiempos del P. Rafael García-Herreros, yo consideré la posibilidad de ser eudista. Recuerdo mi breve visita a las bodegas de libros del Minuto de Dios, llenas de títulos que yo sabía que existían: muchas veces se trataba de folletos baratos dedicados a temas aparentemente menores. Pero la gente los pedía y la cosa “se movía,” como dicen los libreros. Las librerías del Minuto siguen vendiendo, y si están abiertas, por algo será. Les han seguido otras, entre las cuales destaca el estilo de marketing de la Asociación María Santificadora, cuyo estilo ha sido notablemente exitoso, no sólo en el bien sobrenatural para tantos lectores, sino también en las cifras que no dejan de crecer.
La convicción que se impone, pues, es que sí es posible escribir y publicar con éxito y viabilidad económica, en países como Colombia. Y sí es posible hacerlo evangelizando, ofreciendo la Buena Noticia. Pero hay que preparar escritores. De hecho, ahí sí veo yo una diferencia grande entre el Minuto y María Santificadora: mientras que el material del primero lleva firmas de autores colombianos, la asociación ha optado más bien por firmas extranjeras, sobre todo provenientes de los Estados Unidos de América.
Quedemos entonces en que hay un círculo que atrapa en la inercia, un círculo que nos ha enseñado a decir que no hay que escribir porque no hay quien lea y no hay que leer porque no hay quien escriba lo pertinente. Y quedemos en que ese círculo se puede romper. La clave está en dos aspectos de una misma palabra, pertinencia.
Pertinencia significa, en primer término, que hay que escribir como hay que predicar: tocando la vida; tocándola para sanarla, para embellecerla, para restaurarla, para traerle Buenas Nuevas. El éxito de una librería cristiana es el éxito de un programa radial cristiano o de una web cristiana: tocar la vida, tocarla con las manos de Jesús. Siempre habrá espacio para una palabra que alivie, que dé luz, que traiga guía, incluso que reprenda, si es en el Nombre del Señor, porque su voz es poderosa.
En segundo término, pertinencia es el sentido de pertenecer al mensaje. Hace rato se sabe que sólo se puede escribir poniendo de la propia sangre en la tinta que se vierte. Sólo se leen con gusto las palabras que salieron ardiendo del alma, como el pan fresco del horno que lo cuece. Si el escritor no se siente “pertenecer” a sus palabras, poco hará y a pocos alcanzará. Esto implica convicción, pasión, deliberación interna: amor por la palabra.
Hay que lograr, por consiguiente, que la gente escriba desde ella misma (segundo sentido de pertinencia) pero que escriba cosas relevantes para otros (primer sentido de pertinencia).
La ventaja de aplicar esta perspectiva es que se puede empezar de cosas pequeñas, como los folletos de García-Herreros, o quizá, como un blog en las aguas de Internet…