Educacion Catolica, 002

Hacer Discípulos

2. Ser discípulo es un don muy grande, sin el cual el don del Maestro divino Jesús y el don del Maestro de la Verdad, el Espíritu Santo, no se realizan en plenitud. O sea, para que haya verdadera enseñanza espiritual -en espíritu (El Espíritu Santo) y verdad (Jesús)-, debe darse en el fiel el estado del discípulo, aceptado y dado por el Maestro.

Sabemos que por medio del Bautismo se reciben excelentes dones, desde la filiación divina hasta el ser hijo-discípulo de Dios, de María Santísima y de la santa Iglesia. Pero como dichos dones se reciben en estado de germen, hay que nutrirlos, actualizarlos y acrecentarlos con la educación y la liturgia católica.

De aquí que la gracia de la formación católica hay que pedirla (postulantado) a Dios, y cultivarla (discipulado), para que se actualice y se lleve a la práctica.

Hay que pedir ser aceptado en la Escuela de Jesús, del Espíritu y de María, la cual es una Escuela del Amor única. Para ello se deben pedir también y practicar las cualidades del discípulo. Dice al respecto la Sabiduría de Dios:

“Ahora pues, hijos, escuchadme, dichosos los que guardan mis caminos. Escuchad la instrucción y haceos sabios, no la despreciéis. Dichoso el hombre que me escucha velando ante mi puerta cada día, guardando las jambas de mi entrada. Porque el que me halla, ha hallado la vida, ha logrado el favor de Yahvé. Pero el que me ofende, hace daño a su alma; todos los que me odian, aman la muerte” (Pr 8, 32-36).

De manera muy notoria nuestro Señor nos hace ver que para aprender y realizar una vida sacramental íntegra antes se tiene que ser discípulo. Y la cualidad del discipulado se debe conservar toda la vida; pues debemos hacer conciencia de qué es ser discípulo, y la diferencia de éste con el Maestro.

Pues el Maestro nos podría preguntar ante nuestro anhelo de aprender: “¿Ya aprendiste a ser discípulo?” Pues sin ser discípulo el aprendizaje se puede fácilmente malograr, debido a que se posesiona de lo aprendido quien no lo debería de hacer (el “hombre viejo” : “Despojaos, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, renovad el espíritu de vuestra mente, y revestíos del Hombre Nuevo [Jesús], creado según Dios, en justicia y santidad de la verdad” Ef 4, 22-24), robándoselo a quien iba dirigido (el “Hombre Nuevo”). Esto lo explicaremos más adelante.

[Texto original de Juan de Jesús y María.]