A veces, cuando se utilizan grandes lemas, sucede que las buenas ideas se disuelven en un vacío de indiferencia. Frases como “Todos estamos llamados a la santidad” deberían producir un impacto colosal en nosotros. ¿Te imaginas familias santas? ¿Te imaginas colegios donde los niños crezcan no sólo en edad y en sabiduría sino sobre todo en la gracia de Dios? ¿Te imaginas funcionarios públicos que no aparten de su mirada las necesidades de los más pobres? Esta clase de pensamientos deberían incendiar el corazón de esperanza y ganas de hacer realidad tanta hermosura. Sin embargo, suele suceder que el lema grande, gigantesco, queda colgado del cielo, como las constelaciones que adornan la noche sin cambiar el día a día.
Pienso que algo así sucede con el redescubrimiento maravilloso que ha hecho la Iglesia al proclamar que todos somos misioneros. Es una realidad profunda que básicamente nos llama a no interrumpir la corriente de gracia que ha llegado hasta nosotros, y que, a través de nosotros, quiere tocar otras vidas.
Para que eso no quede en solas buenas intenciones, te propongo algo. Fija un número, por decir algo, de uno a diez. Supongamos, por vía de ejemplo, que fuera el tres. Pues en este Octubre hazte un propósito: voy a compartir mi fe, o voy a invitar a mi grupo de oración, o voy a animar a que se confiesen TRES personas. Es algo concreto, algo que puedes evaluar: algo que hará este Octubre distinto a otros Octubres.
bonito, gracias padre