Recientes propuestas en el Sínodo General de los Anglicanos apuntan hacia un lenguaje neutro (gender-neutral) para referirse a Dios. La idea central de esta propuesta parece ser que se evite que Dios quede asociado al género masculino, lo cual, según su criterio, supondría una especie de discriminación sexista contra las mujeres. Es un tema que hace años ha aparecido con particular fuerza en el contexto de la llamada “teología feminista” y de un modo más amplio en las corrientes teológicas de reivindicación de minorías y personas marginadas.
La Iglesia Católica nunca ha dicho que Dios, en sí mismo, sea masculino o femenino. Eso no está en discusión. La pregunta va más bien por el lenguaje. En efecto, es un hecho que, en las lenguas de la Biblia, tanto en hebreo como en griego, los pronombres usados para referirse a Dios, e incluso mucho de su modo de intervenir en la historia humana, se han descrito con el lenguaje propio del ser y actuar de los varones. Dos ejemplos típicos son: Dios como novio que enamora a su amada (y esta amada es la asamblea de Israel, el pueblo mismo de Dios); o también Dios como guerrero que desnuda su brazo para batirse en combate defendiendo a su pueblo. Ejemplo de lo primero tenemos en un texto como Jeremías 31,3-4: “El Señor se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. Aún te edificaré, y serás edificada, oh virgen de Israel; todavía serás adornada con tus panderos, y saldrás en alegres danzas.” Ejemplo del Dios-Guerrero es Isaías 52,10: “El Señor desnudó su santo brazo ante los ojos de todas las naciones, y todos los confines de la tierra verán la salvación del Dios nuestro.”
Estos pasajes muestran que para lograr lo que se ha propuesto entre los Anglicanos, o sea, una Biblia con un Dios neutro, habría que destruir el texto sagrado en muchas partes. El “problema”, si es que lo hay, no son simplemente los pronombres. Tomemos por ejemplo un texto como Oseas 2,2, en que Dios exhorta con fuerza a su pueblo basándose en una imagen de pareja. Leemos: “El Señor dice: «¡Acusen ustedes a su madre, acúsenla, porque ella no es ya mi esposa ni yo soy su marido! ¡Que deje de mostrarse como prostituta!…” Un Dios supuestamente “neutro” no podría ser el MARIDO de la Asamblea de Israel; con lo cual, la fuerza de todo el texto se disuelve sólo por dar gusto a la moda actual, que pretende definir qué se puede decir y qué no.
La idea del pecado como adulterio; el mensaje de la idolatría como infidelidad de pareja; la promesa de la unión con Dios como deliciosa unión que se compara a la intimidad entre el hombre y la mujer: todo ello, y mucho más, quedaría destruido simplemente por el gusto de hablar como algunos pretenden que todos hablemos. No es lo único que se hunde: Cristo, que es Dios como el Padre, se describió a sí mismo como “Novio” y la Biblia entera termina con una boda que tiene por templo el cosmos entero: y el Novio es Cristo-Dios y su Novia es la Iglesia, ya purificada. ¿Hay que cancelar todo ese mensaje para hablar de un Cristo cuya realidad humana concreta no importa ni significa nada?
Dos aclaraciones son importantes para terminar: Primera: como anotó en su momento el Papa Benedicto XVI, los rasgos masculinos en nuestro acercamiento a quién es Dios no son los únicos que usa la Biblia. Más bien, la Escritura toma algunos aspectos de lo masculino para enfatizar verdades teológicas como la iniciativa en el amor, el valor de quien combate a muerte, o la discontinuidad ontológica entre el Creador y su creación (así como hay discontinuidad entre el niño que es gestado y el padre que lo engendró). Por otra parte, la misma Biblia toma puntualmente algunos rasgos de lo femenino para hablarnos de Dios, sobre todo los que tienen que ver con ser fuente primera de la vida, criar con ternura y acoger con misericordia. De modo que una sana predicación no debe olvidar estas dos dimensiones que a la vez toman e iluminan realidades antropológicas muy bellas.
Segunda aclaración: Cuando la Biblia habla de la mujer destaca elementos de enorme trascendencia que una teología feminista apresurada pasa por alto fácilmente. No nos referimos solamente a las grandes figuras femeninas como Judit, Esther y Ruth, en el Antiguo Testamento, o la Virgen María, María Magdalena o Lidia de Filipos, en el Nuevo Testamento. En la Biblia la mujer tiene su propio modo de poder, que puede usar para lo bueno o lo malo, como todo ser humano, y que en muchas ocasiones va por encima del modo de poder que se asocia a los varones. Es un tema interesante que vale la pena comentar en otra ocasión.
En resumen: supone un atentado contra la Palabra Divina pretender un lenguaje “neutro” para hablar de Dios, mientras que conservar de modo equilibrado y sano el lenguaje bíblico nos acerca al Señor y nos ayuda a descubrir algunas de las inagotables riquezas de la diferencia y complementariedad entre los sexos de nuestra especie humana.