Fundamento necesario:
Criterios de interpretación bíblica
Una búsqueda directa en la Biblia, tratando de encontrar los versículos en que se diga que María la Madre de Jesús fue asunta al Cielo será infructuosa. Ello, según algunos fundamentalistas de la Biblia, implicaría que la Asunción de María es una creación o fantasía solamente humana, típica además del catolicismo: una especie de mito o fábula.
Sin embargo, es lícito preguntar por la validez de semejante sistema de interpretación de la Sagrada Escritura. ¿Es que acaso tendríamos que considerar como falso o dudoso todo lo que no esté explícitamente en la Biblia? Por ejemplo, la Biblia no dice que murió el apóstol Juan; no hay versículo que lo afirme; ¿significa que entonces no murió porque no consta en ningún texto? Se nos responderá que puede deducirse que Juan murió porque era un ser humano mortal, y los seres humanos en algún momento morimos. Observamos que esta respuesta implica admitir algo muy importante: No todo tiene que estar explícitamente en la Escritura. Las deducciones válidas que se deriven de los textos nos conducen a elementos propios de nuestra fe.
Todavía más: Jesús dijo, en el Evangelio de Juan, que el Espíritu Santo nos iba a conducir (a los apóstoles y, se entiende, a los discípulos de los apóstoles) hacia “la verdad toda” (Juan 16,13). ¿Qué conlleva esa guía del Espíritu? ¿Es la simple repetición mecánica de versículos? ¿Es la sola deducción lógica a partir de premisas, al modo de un ejercicio de filosofía? Esa no es “toda” la verdad; esa es simplemente una verdad “más explícita”. Es evidente que aquello que la Iglesia va descubriendo, con la guía del Espíritu, no puede contradecir lo que ya ha entendido antes ni menos puede contradecir lo que dice la Biblia misma, que, como sabemos, es “norma que norma” toda nuestra fe.
¿Entonces cómo se avanza hacia esa verdad más plena o total? Viendo, reconociendo la forma como las comunidades cristianas, de modo universal, o por lo menos amplísimo, han creído, han celebrado y han vivido. Efectivamente, si negamos que esas comunidades, anteriores a nosotros, y de quienes en cierto modo nosotros mismos hemos recibido el testimonio básico de la fe; si negamos que ellas, cuando creían y enseñaban cosas coherentes con la Escritura, estaban siendo guiadas por el Espíritu Santo, ¿qué tendríamos como argumento para afirmar que nosotros sí tenemos la guía de ese Espíritu al momento de negar lo que ellos creyeron?
Por eso el Papa Pío XII siguió un camino muy sólido y claro antes de declarar, el 1 de Noviembre de 1950 el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María. Básicamente lo que él hizo fue: (1) verificar que no hay contradicción con las Escrituras; (2) aún más, mostrar que, a pesar de lo inusual que puede sonar al principio afirmar la Asunción de María, es posible y lógico comprenderlo a partir de la Biblia; (3) escuchar ampliamente el testimonio de las comunidades católicas por todo el mundo, y en particular, escuchar a sus hermanos obispos. Tal proceso estuvo acompañado por abundante oración, súplica y actos de penitencia, como medio de unión con la Cruz de donde proviene toda luz y toda gracia. Sólo después de todo este proceso, el Papa declaró el dogma con la Encíclica Munificentissimus Deus.
Lo que vamos a hacer en lo que sigue se centra ante todo en el paso (2) del camino que hizo el Papa en aquel tiempo. Si bien él centró su argumentación en abundantes alegorías bíblicas que pueden aplicarse a la Virgen, nosotros iremos un poco más al desarrollo teológico a partir de textos bíblicos.
Desarrollo teológico
-
- La muerte, y por tanto, la corrupción propia de la muerte, son consecuencia del pecado; no pertenecían al plan original de Dios. (véase Romanos 6, 23).
- La muerte de que nos habla la Biblia incluye alma y cuerpo (Mateo 10, 28).
- Cristo ha venido para deshacer las obras del demonio (1 Juan 3, 8).
- Por eso la redención que hemos recibido en Cristo supone victoria sobre el pecado y sobre la muerte (véase Romas 6, 3-4).
- La obra redentora de Cristo puede describirse y resumirse como una vida nueva, una vida abundante (Juan 10, 10).
- Esta vida nueva la experimenta el cristiano ya desde esta tierra, y se manifiesta en los frutos propios del Espíritu de la Pascua de Cristo (Gálatas 5, 22-23; Romanos 6, 11).
- Sin embargo, la plenitud de esa novedad de vida, contiene nuestra plena participación en la resurrección del Señor: “Si nuestra esperanza es que Cristo nos ayude solamente en esta vida, no hay nadie más digno de lástima que nosotros. Sin embargo, ¡Cristo resucitó! Esto nos enseña que también resucitarán los que murieron.” (1 Corintios 15, 19-20).
- Nuestra resurrección no es un acontecimiento puramente “espiritual”; al contrario, así como el pecado arruinó alma y cuerpo, la victoria de la Resurrección de Cristo implica la vida nueva de la gracia en el alma y la resurrección real y cierta de nuestros cuerpos, como de hecho decimos en el Símbolo de los Apóstoles. En 1 Corintios 15, 20 San Pablo no está hablando de un acontecimiento solamente espiritual.
- Así pues, todos los discípulos del Señor estamos llamados a vivir en gracia y santidad en esta vida, y luego a resucitar para toda la eternidad (véase 2 Timoteo 2, 11).
- La Escritura proclama con elocuencia y abundancia la santidad de María, siempre presentándola como quien recibe de Dios y de la gracia de Cristo. Ella es la “llena de gracia” (Lucas 1, 28); la “bendita entre todas las mujeres” (Lucas 1, 42), a la que todas las generaciones llamamos y llamaremos “bienaventurada” por antonomasia (Lucas 1, 48).
- Es evidente que tal abundancia de la obra de la gracia redentora en Ella significa una victoria más y más plena en contra del pecado. Al reconocerla como auténtica “madre” del Hijo de Dios (Lucas 1, 35.42), madre que por consiguiente tiene un modo de autoridad sobre su Hijo (Lucas 2, 51), y al ver lo que la Escritura muestra de Ella, los cristianos, ya desde los primeros siglos han visto en Ella la victoria perfecta de Dios sobre el pecado, y por eso han hablado y confesamos la impecabilidad de María así como la libertad de su alma purísima frente a las consecuencias comunes del pecado original; de otro modo, el pecado, a través de la autoridad de la madre sobre el Hijo, tendría algún género de poder sobre el Hijo Eterno de Dios, lo cual repugna a toda la enseñanza cristológica de todos los tiempos.
- Ella, pues, que según vemos quedó libre de las consecuencias del pecado original y que vivió sin pecado, no tenía impedimento alguno para recibir toda la obra de la gracia, que, como hemos dicho, culmina en la perfección de la gracia en el alma y en la resurrección del cuerpo. Afirmar la Asunción de la Virgen María no es otra cosa que afirmar la realización de la resurreción de Cristo en Ella.
- Aquí se puede preguntar por qué afirmamos esto de Ella en particular y no de todos los santos discípulos de Cristo. La respuesta es doble: por una parte, nuestra experiencia muestra que las personas, incluso personas muy santas, no resucitan inmediatamente después de morir; por otra parte, es necesario ver la relación entre nuestro cuerpo y el conjunto de la historia de la Humanidad.
- El libro del Apocalipsis 14, 13 dice: “Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.” El punto es que las “obras” nuestras son mixtas y su herencia en la Historia humana es mixta también. Con esto queremos decir: hay consecuencias, tanto buenas como malas, de lo que hemos sido, vivido y hecho en esta tierra, de modo que el total de nuestras obras es mixto y sólo se sabrá al fin de los tiempos, cuando todas las consecuencias, tanto buenas como malas, aparezcan.
- Las obras de Cristo son solamente buenas y quedaron grabadas en su Cuerpo resucitado y glorioso: son de hecho sus llagas gloriosas. por eso la Resurrección del señor pudo suceder poco después de su muerte porque no es mixta la herencia que deja Cristo, sino solo bondad. El “retraso” de su Resurrección (“al tercer día” – Mateo 17, 23) se explica para claridad de todos en cuanto a la verdad y autenticidad de su muerte.
- ¿Qué sucede entonces si las obras de una persona son solamente buenas, está libre del pecado original y no ha cometido pecado personal? Lo lógico es afirmar lo que afirma la declaración del dogma de la Asunción, palabras con las que concluimos esta reflexión: “pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste” (MD, 44).