Después de la intensidad litúrgica del Adviento y la Navidad, llegamos este domingo a la Fiesta del Bautismo del Señor, y se abre un nuevo tiempo litúrgico, que tiene el nombre más simple de todos: es el tiempo llamado “ordinario.”
Siempre he pensado que el Tiempo Ordinario sufre con ese nombre, que parece aludir a cosa de menor importancia o incluso de menor calidad. Pero hace unos años descubrí un modo mejor de entender la riqueza de esas 33 o 34 semanas: sucede que “ordinario” viene de “ordo” es decir, de “orden.” Consiguientemente, el tiempo “ordinario” es el que sigue en orden la vida pública de Cristo, o sea, cómo y qué predicaba; quiénes le rodeaban; a cuántos sanó y liberó; cuál era el tenor de su vida.
Con esto quiero decir que tenemos en el Tiempo “Ordinario” una preciosa oportunidad para conocer en orden la vida y la doctrina de Cristo, ¡y eso es extraordinario!