“La persecución contra quienes no aceptaron esta situación fue brutal. Los sacerdotes “refractarios” –los que se mantuvieron católicos? eran perseguidos, no podían celebrar sacramentos ni predicar y, desde el 18 de marzo de 1793, si se les apresaba en suelo francés debían ser ejecutados en menos de 24 horas. A muchos de ellos se les conmutó la pena por un destino todavía peor en las infectas cárceles de la Guayana Francesa, tristemente célebres. Al mismo tiempo se impidió la comunicación entre los católicos franceses y el Papa, cuyas cartas y documentos no podían darse a conocer en el país sin la aprobación de los órganos legislativos…”
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