Portugal, potencia cristiana misionera
Bastante antes que España, Portugal había concluído la reconquista de sus territorios ocupados por los árabes. Y, antes también que los españoles, logró formar un gran imperio, extendido a lo largo de diversos mares por «la ruta de las especias».
En efecto, desde comienzos del siglo XV hasta las primeras décadas del XVI, los marinos portugueses lograron abrirse ruta marina hacia la India, sólo alcanzada en aquella época por tierra, en interminables viajes de caravanas, que habían de atravesar desiertos y peligrosas tierras de musulmanes y tártaros. Las naves portuguesas descubrieron los archipiélagos de Madera, Azores y Cabo Verde, así como las costas del Sáhara y del Senegal. Poco después alcanzaron el golfo de Guinea y la costa del Congo. Finalmente en 1488, Bartolomé Díaz rodeaba el cabo de Buena Esperanza, y abría así por el sur de Africa la navegación hacia el Oriente. Diez años después, Vasco de Gama arribaba a la India.
Después del descubrimiento de la ruta al Oriente, los portugueses conquistaron varios puestos estratégicos, para asegurar el paso de sus marinos y el abastecimiento de las factorías. Arabes y egipcios perdieron así su tradicional hegemonía sobre el comercio de las especias. Y en 1506, al derrotar los portugueses a la flota egipcia, quedaron como dueños únicos del Indico. Pudieron así establecerse en Goa y Malaca, arribar a las Molucas -las Islas de las especias- y a las costas del Mar de la China.
Esta epopeya marinera de los portugueses, junto al espíritu de aventura y de lucro, reveló también su formidable espíritu apostólico y misionero, encarnado sobre todo en los miembros de la Orden de Cristo. Bajo el reinado de Juan I, su hijo Enrique el Navegante (1394-1460), gran maestre de esta Orden militar, fundó en Segres la primera escuela naval del mundo, y alentó a la Corona y a su pueblo en los viajes y descubrimientos, así como en las luchas contra el Islam y en la difusión misionera de la fe. Desde su convento de Thomar, abierto al Atlántico, en directa dependencia del Papa y sin mediación de ningún obispo, Enrique rigió las iglesias locales de todos los territorios descubiertos y evangelizados.
El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.