Un mundo complejo y fragmentado
Sólo en México y en Perú encontró España en América grandes sociedades organizadas. Y por eso en ambos imperios la conquista y la evangelización fueron muy rápidas. Pero en el resto de la inmensa América, con excepción de los chibchas de Colombia, los exploradores y conquistadores sólo fueron hallando un mosaico de innumerables tribus muy primitivas, sin organización alguna, sin ciudades ni comunicaciones establecidas, y casi siempre hostiles entre sí.
Para la exploración y conquista de aquel mundo tan grande, complejo y fragmentado, era preciso hacerse con cada tribu, una por una, y cuando ya aquélla quedaba pacificada por acuerdos o guerras, esta otra antes dominada se alzaba de nuevo. Éste fue el caso de la zona que con el tiempo vendría a ser el virreinato del Río de la Plata, el cual, limitando con Brasil, con el virreinato del Perú y la capitanía general de Chile, venía a comprender, al este de los Andes, las actuales naciones de Argentina y Bolivia, Uruguay y Paraguay.
Por ejemplo, en los Relatos de la conquista del Río de la Plata y Paraguay (1534-1554), escritos por el soldado bávaro Ulrico Schmidel, en los que se da cuenta de diversas exploraciones llevadas a cabo por la zona del Plata hasta los confines del Perú y el Brasil, se nos habla de indios charrúas, querandíes, curendas, quiloazas, mocoretáes, zennais salvaisco y mepenes, curemaguáes y agaces, carios, payaguáes, naperus y peysennes, timbúes, surucusis y achkeres, guajarapos, guebecusis, siberis y orthueses, jheperus y batatheis, maipais, chanés, tohonnas, peionas, maygennos, morrones, poronos y simenos, barconos, layonos, carconos y suboris, corcoquís y tupís. Con éstos había otros, como calchaquíes, chiquitos, eyiguayeguis o mbayás, abipones…
En general, estos pueblos tenían relativa abundancia de alimentos, procedentes de cultivos, caza y pesca, pero por lo demás, el desarrollo alcanzado en cerámica, artesanías y construcciones, o el grado de organización social y política, así como el nivel de conocimientos astronómicos, técnicos y religiosos, eran los correspondientes a pueblos muy primitivos. En lo moral, concretamente, las pautas conductuales de los pueblos dispersos por el Río de la Plata apenas permitían a aquellos indios, en cuestiones muy graves, distinguir el bien del mal.
Por medio de las antiguas crónicas, como las de Schmidel, Cabeza de Vaca, Díaz de Guzmán o Diego de Ocaña, conocemos la situación de las poblaciones indígenas del Plata en el siglo XVI. Y para los siglos XVII y XVIII son particularmente interesantes los informes dejados por los misioneros jesuitas de las Reducciones (1609-1767), como el paraguayo beato Roque González de Santa Cruz (1614), el peruano Antonio Ruiz de Montoya (1639), el francés Nicolás Du Toict (1673), los españoles Juan Patricio Fernández (1726) y José Sánchez Labrador (1770), Florian Paucke, natural de Silesia (1749-1767) o el alemán Martín Dobrizhoffer (1783) (+Tentación de la utopía; la república de los jesuitas en el Paraguay).
El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.