Aparte de una bella reflexión del portál católico Razón más Fe:
Qué difícil resulta en el día a día de nuestra vivencia católica mantenernos en el agrado a Dios; vivimos de alguna manera sometidos a compromisos y condicionantes sociales y laborales que nos ponen en condición de sometidos, y nuestra conveniencia no permite que tengamos actos de valentía como el dejar de asistir a seminarios programados en la empresa so pretexto de mejorar la productividad, en los que sabemos van a llenarnos de doctrinas de la «nueva era».
Pablo no fue Pablo por un acto mágico: tuvo que sufrir la decisión de agradar a Dios, dejando atrás a su familia judía, que de seguro sufrió un escándalo mayúsculo por su conversión; dejó atrás los privilegios de ser ciudadano romano; dejó atrás una vida entera y se entregó por completo a hacer en todo lo que agrada a Dios.
Nos resulta muy cómodo escuchar, cuando se nos narra en la Liturgia de la Palabra, las peripecias que sufrió Pablo por predicar a Cristo, cómo fue apaleado incluso hasta que sus verdugos le dieron por muerto, el relato del naufragio y cómo pasó hambre por no aceptar dinero a causa de su actividad apostólica, y cómo decidió, en cambio, trabajar con sus propias manos y sustentarse por medio de ese trabajo manual de tejer tiendas de lona, para no hacerse una carga para los hermanos. Estuvo preso en la cárcel Mamertina de Roma, en la que solo veía el sol por un pequeño orificio, y ahí dictó a Lucas el bello Himno de la Primera Carta a los Corintios, capitulo 13, porque el Amor que se vive en Cristo y desde Cristo, no está sujeto a circunstancias humanas de bienestar, es un saber profundo y la certeza de ser amados hasta el extremo por aquel que se entregó por mí, como él mismo lo dice.