Santos amigos del santo
Cuando el caso de los iluminados de Valencia, San Luis en su famoso sermón avisó con gran severidad que debían evitar «las pláticas de visiones en sus casas, aunque parezcan del cielo, ni arrobos, etc., por la gran perturbación y daño espiritual que pueden ocasionar a las almas». Sin embargo, el más íntimo de sus amigos, el franciscano Beato Nicolás Factor, con el que muchas veces se juntaba para hablar de temas espirituales, se caracterizó por la frecuencia y profundidad de sus éxtasis. En la celda de fray Luis, donde solían reunirse, era frecuente que, al tocar ciertos temas espirituales, fray Nicolás quedara extático en una suspensión de los sentidos que en ocasiones duraba horas. En estas ocasiones, fray Luis, que no solía tener estos arrobos contemplativos, se estaba orando en silencio, adorando al Señor, haciendo compañía a su santo hermano franciscano, hasta que éste volvía en sí.
San Luis Bertrán nunca dudó de la veracidad de tales éxtasis, y así lo declaró, como se adujo en el Proceso de beatificación de fray Nicolás. Santo varón fue éste, gran maestro en cosas espirituales, y buen escritor, como se aprecia en su breve escrito sobre Las tres vías, uno de los pocos que se conservan de él. El Beato Nicolás siempre estuvo convencido de la santidad de su amigo fray Luis. Una carta que le escribió terminaba así: «Rogad a Dios por mí, Sancte Ludovice Bertrán». Y una vez, desde el púlpito, dijo ante mucha gente: «Yo no soy santo, pero fray Luis Bertrán, sí».
Otro gran amigo de fray Luis, como veremos, fue San Juan de Ribera, que era en Valencia un arzobispo santo (1569-1611), al estilo reformador de Trento, como lo eran en Milán San Carlos Borromeo o en Lima Santo Toribio de Mogrovejo.
El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.