Hay santos que uno ha conocido desde niño, y desde niño ha aprendido a quererlos.
Hay otros santos que uno se encuentra por el camino y que, como sin darse cuenta, se convierten en benditos acompañantes en el trasegar de la fe de uno mismo. Así me ha sucedido a mí con el santo obispo y mártir Josafat: un verdadero hombre de Dios. Uno de esos pocos que supieron juntar caridad y claridad.
Caridad: amor que viene de parte de Dios y que se vierte con fuerza y ternura a la vez sobre todos, incluso los enemigos.
Claridad: luz que viene de parte de Dios y que se convierte en firmeza en la verdad aunque resulte antipática o poco acogida.
Aunque hay un precio por juntar esas dos, claridad y caridad: hay que morir a uno mismo. Amar cuando no te aman; declarar la verdad que no quieren oír: ¿qué camino es ese? El de San Josafat: martirio y abundancia de gracia y conversiones.