San Francisco Solano: camino de la misión

Camino de las Indias

Por esos años era continuo el flujo de noticias que llegaban de las Indias, unas ciertas y concretas, otras más vagas y confusas, todas estimulantes para un corazón apostólico. Los franciscanos de España conocían bien la obra misionera formidable que sus hermanos, con otros religiosos, iban llevando a cabo en México. También del Perú recibían informaciones alentadoras, pues allí estaban presentes los de San Francisco desde un principio: Quito, 1534, Lima, 1535, Cuzco, 1535-1538, Trujillo y Cajamarca, hacia 1546.

Mucho menos conocida era, para los franciscanos y para todos, la tierra del Chaco y del Tucumán, aunque ya se iba sabiendo algo. Fray Juan de Ribadeneira, fundador del convento franciscano de Santiago del Estero, al sur de Tucumán, había misionado esa zona con sus religiosos en los años setenta y ochenta, y trajo informaciones de ella cuando en 1580 y 1589 viajó a España para buscar misioneros.

Por otra parte, el primer obispo de Tucumán, fray Francisco de Vitoria, aquel a quien vimos desempeñar un lamentable papel en el inicio del III Concilio de Lima (1982), era hombre de mucho empuje, que había promovido intensamente la evangelización de esa parte central de Sudamérica. Pronto llegaron a ella franciscanos y jesuítas, respondiendo a su llamada.

En aquellos años, un Comisario general de Indias coordinaba el esfuerzo misionero franciscano hacia el Nuevo Mundo, y él designaba un Comisario reclutador para cada expedición. En 1587-1589, cuando fray Baltasar Navarro, desempeñando esta función, reclutaba para las misiones de Tucumán una docena de frailes, no aparece en las primeras listas el nombre de Francisco Solano, ya algo mayor, y no demasiado fuerte. Al parecer, sólo fue incluído a última hora como suplente.

A comienzos de 1589, una flota de 36 barcos se va conjuntando poco a poco en San Lúcar de Barrameda. En ella habrá de embarcarse, con gran magnificencia, el nuevo virrey del Perú, don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, acompañado de una corte de damas, letrados y soldados. Una docena de frailes, entre ellos fray Francisco Solano, descalzos y con sus pequeños sacos de viaje, esperaba también el momento del embarque.

En marzo de 1589 salen de Cádiz, y tras tocar en Canarias, llegan en unos cuatro meses a Santo Domingo, Cartagena y Panamá. Aquí los frailes del Tucumán han de esperar unos meses para poder embarcarse de nuevo para el Perú. Salen por fin a últimos de octubre, en un barco que lleva unas 250 personas. Y a la semana sufren una terrible tormenta que parte en dos el galeón. El buen ánimo de San Francisco hizo entonces mucha falta para infundir la calma y la esperanza en aquellos 80 supervivientes que lograron recogerse en la desierta isla de Gorgona.

Mientras el padre Navarro remaba con algunos compañeros de vuelta a Panamá, distante unas ochenta leguas, en busca de socorros, fray Francisco anima aquella comunidad de náufragos como puede. En dos meses hay tiempo para hacer chozas, practicar la pesca y la recogida de frutos, atender a los enfermos, y organizar también las oraciones y la catequesis. Por fin, llega en Navidad un bergantín de Panamá, y a los siete meses de haber salido de España desembarcan en el Perú, en el puerto de Paita.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.