En mi país, y en muchos otros lugares, es muy frecuente desear “un próspero año nuevo,” cuando llegan estas fechas. Lo que pocas veces se aclara es qué tipo de prosperidad uno está deseándoles a los demás, porque es que tampoco se aclara qué clase de prosperidad desea cada cual.
De hecho, la pregunta es suficientemente extraña. Haz la prueba de enunciarla: “¿Qué prosperidad quieres para el 2018?” Notarás que la gente se queda con la mirada en blanco, y que luego añaden algunas frases como: “No sé… que todo vaya bien…” Algunos van más lejos y le dan un toque de poesía: ” Que logres tus metas… que se te cumplan tus mejores deseos…” O cosas parecidas. En cuanto a este deseo genérico, y esa clase de respuestas genéricas también, no suele haber diferencia entre cristianos practicantes o no, o incluso con los no-cristianos. Es un formalismo social que, como tantos otros, no da mucho de sí.
Pero la pregunta es bien interesante. De verdad: ¿Qué prosperidad quieres para el 2018? De aquí a un año, y con toda honestidad, ¿en qué quisieras haber “prosperado”?
Tal vez puede ser duro enfrentar algunas de esas respuestas. Tal vez nuestras prioridades dan muy alto puntaje a realidades puramente materiales, corporales y económicas mientras dejan a otras realidades–espirituales, intelectuales, culturales, y de relación social–en la penumbra de “no importa mucho si se avanza o no.”
Dicho de otro modo: aplicamos nuestro talento y fuerza a lo que nos importa mientras abandonamos a la inercia lo que nos importa menos.
¿A qué le das talento, tiempo y fuerza? ¿Y qué cosas en cambio dejas en la inercia, la penumbra o el peso de las zarzas que ahogan la buena semilla?
Son pensamientos útiles para llegar con un corazón nuevo al comienzo del 2018.