[ADVERTENCIA: Por la naturaleza de este tema, algunas palabras y términos de este escrito pueden sonar fuertes o inapropiados para menores de edad.]
A partir de la idea de que el sexo es un asunto de biología mientras que el “género” es una construcción cultural y social, resulta sencillo reasignar el “género” a la opción libre de cada quien. Y luego, con otro paso en la misma dirección, reasignar el sexo a partir del género así redefinido. No se trata solamente de negar la biología sino de imponerse sobre ella a partir de la elección personal. Los principales modos de esta intervención son los tratamientos hormonales y las intervenciones quirúrgicas. Los muchos partidarios de este modo de ver las cosas consideran que ofrecer tales tratamientos a toda la población es una especie de triunfo para la libertad del individuo, y por ello mismo, para el bien general de la sociedad.
Hay muchas maneras de demostrar lo contradictorio de esta serie de disparates. El hombre “encerrado en un cuerpo de mujer” es un mito útil pero absurdo, como se nota en el momento en que uno trata de reasignar otras realidades humanas. ¿Por qué no puedo ser yo un “francés encerrado en el cuerpo de un colombiano” siendo así que está fuera de toda discusión que tanto la cultura francesa como la colombiana son evidentemente construcciones sociales? ¿Debe entonces el gobierno darem mi pasaporte de la Unión Europea?
Otro ejemplo: si se pretende proteger a toda costa que los niños decidan su “género” y además se hacen campañas para que niños y niñas se sientan “libres” reasignando sus identidades sexuales a placer, ¿por qué en cambio se ponen tantas restricciones a otras decisiones que son más claramente culturales, como por ejemplo, que un niño decida un día que no quiere estudiar más? ¿Por qué los papás sí pueden coaccionar a un niño aa que siga estudiando, cosa que es claramente una construcción cultural, y no pueden ni siquiera sugerirle que tenga un comportamiento masculino, puesto que es hombre? ¿Es que es más “cultural” la genitalidad del niño que su escolaridad?
Ejemplos como estos no son difíciles de encontrar. Vaya otro, entonces: Si un preso por violación a mujeres se declara mujer, ¿está obligado el Estado a enviarlo a la cárcel de mujeres? Si un muchacho adolescente se declara mujer, ¿ya con eso puede entrar al vestidor de las chicas en la escuela de natación? Si una mujer se declara hombre, ¿es delito que en la empresa la llamen con pronombre femenino, incluyendo los empleados que hace 15 años la han visto con su aspecto, ropa y voz de mujer?
El colmo de los absurdos, sin embargo, reside en la idea de que mutilar o alterar genitales cambia la realidad íntima de la persona. Es una idea que ha estado rondando hace bastante tiempo, sobre todo desde que ciertas formas de feminismo empezaron a criticar la existencia del órgano masculino con expresiones vulgares como: “El gobierno del falo;” es decir, expresiones que quieren reducir los problemas sociales a diferencias genitales, para luego reducir las diferencias sexuales a un asunto de quitar o poner miembros.
La espantosamente empobrecida antropología de la ideología de género se condensa en afirmar la existencia (ilusoria) de un ser humano neutro, al que, si le agregamos un falo, lo volvemos hombre, y si se lo quitamos lo volvemos mujer. Si le ponemos senos, ya es femenino, y si se los quitamos, lo volvimos otra vez masculino. Según esa lógica, todas las diferencias, por demás bellísimas, en términos de sistemas neuronales, metabólicos, hormonales, cromosómicos, son simple y olímpicamente despreciados por una razón muy simple: no hay modo de operar miles y miles de millones de células para alterar sus cromosomas.
Y esa es la antropología que subyace a los cambios educativos que la opinión pública, salvo honrosas excepciones, simplemente se traga y acepta, donando así sus propios hijos a los experimentos sexuales de los centros de poder del Nuevo Orden Mundial.
Papá, mamá: si te queda conciencia y genuino amor, entiéndelo de una vez: #VanPorTusHijos.