“Nunca se me había ocurrido evaluar el tipo de música que escucho hasta que mi madre me envió un interesante artículo hace varios meses. En él se detallaban los efectos que tienen los diferentes tipos de música sobre los diseños que forma el agua congelada. La música clásica generaba una formación de cristales de agua soberbios parecidos a los copos de nieve. La música rock, por el contrario, causaba que el agua se congelara en patrones desiguales y agrietados. Si este era el efecto de la música sobre el agua, supuse que merecía la pena averiguar qué tipo de efecto podría tener la música clásica en mí. Después de todo, muchas de las canciones modernas y pegadizas que escucho no incluyen letras precisamente pulcras. Lo que sí sabía es que gran parte de los mejores compositores clásicos atribuían el origen de sus obras maestras a su adoración a Dios. Johann Sebastian Bach dijo una vez: “El propósito y final último de toda música no debería ser ningún otro más que la gloria de Dios y la revitalización del alma”…”
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