Y decirlas es repetirlas:
1. Vivimos tiempos de gravísima confusión, que alcanza las esferas más altas de la Iglesia, con revestimiento de buenas intenciones, de seguro, pero con grave daño de perplejidad y desánimo en muchos fieles católicos.
2. Entre tanto, el mundo no pierde tiempo: ataca sin consideración a los cristianos a través de leyes inicuas, a través de la destrucción de la familia, a través de la falsificación de la Historia, a través de un laicismo agresivo y demoledor, y todo ello con la complicidad de multitudes de católicos acomodados en grave mediocridad.
3. Las incoherencias y escándalos en nuestra forma de vida, y esto vale en particular para religiosos y sacerdotes, y el deseo manifiesto de muchos consagrados de acomodarse sin mayores tensiones a las corrientes actuales que ofrece el mundo hacen muy dura la vida de fe de multitud de católicos que literalmente se sienten como ovejas sin pastor.
4. Todo esto nos debe llamar a humildad, oración, penitencia; una vida más sobria, más generosa; pero sobre todo: volver de corazón y con toda el alma a Jesucristo. Su auxilio, su amor y su poder no han de faltarnos jamás. Él es el mismo ayer, hoy y siempre, y la gloria le pertenece para toda la eternidad.