* Sobre la base establecida en nuestro tema anterior, a saber, que toda comunicación humana entraña una notable complejidad, conviene examinar algunas características propias del pueblo llamado “elegido” para descubrir en ellas elementos únicos de ese proceso comunicativo que llamamos la “revelación.”
* Ante todo, es preciso diferenciar el proceso que conduce a la revelación de otros tipos de procesos, que generan a su vez otras formas de conocimiento.
* En particular, es bueno entender que en las búsquedas propias de la disquisición filosófica o de la investigación científica, tenemos siempre a un ser humano que se pone en marcha hacia una respuesta deseada. El ejemplo típico es el de la “arjé” de los antiguos filósofos llamados comúnmente naturalistas, representantes del período presocrático. Movidos por la pregunta: “¿Qué es lo que debo conocer para conocer a partir de ello todo lo demás?,” estos hombres intentaron diversas clases de respuesta. Su esfuerzo merece destacarse como notable. Y sin embargo, no debemos mirarlo en paralelo con lo que sucedió al pueblo hebreo.
* El pueblo de la Biblia vivió algo muy diferente. Sus preguntas o necesidades no son el comienzo de un itinerario que eventualmente condujo a la Biblia que conocemos. Más bien ellos se sintieron sacados o incluso expulsados de su “zona de confort.” Casi diríamos que Dios llega a su historia más en calidad de pregunta que de respuesta.
* Es verdad, sin embargo, que las respuestas van llegando pero ello sucede con una dinámica particular jalonada por el paso de la promesa al cumplimiento. La palabra que reciben es prenda del Dios que se va mostrando o revelando, a medida que esa palabra se cumple, tanto en el sentido de la verificación por los hechos como en el sentido de que su significado se esclarece al llegar esos hechos.
* A su vez, esta dinámica que va de la promesa al cumplimiento imprime un sentido profundo de direccionalidad en el tiempo: no es igual el ayer en que todo era promesa al hoy en que hemos visto cumplirse esas promesas. A su vez, el hoy en el que tenemos ya certeza de la fidelidad divina invita a mirar con confianza un mañana que nos rebasa y anticipadamente nos alegra.
* Aún más, si Dios ha querido mostrarse así, si es su iniciativa la que jalona la historia humana, hemos de decir que toda revelación es un anuncio de gratuidad. Mientras que lo propio del paganismo es negociar con los dioses, aplacándolos o sobre todo persuadiéndolos de que sigan la voluntad de sus adherentes, en Israel lo propio del creyente es acoger la palabra que le vivifica: su tarea no es cambiar a Dios sino cambiar y orientar su camino en la dirección que Dios le muestra.
* Es notable también otra diferencia con los pueblos paganos: mientras que el común denominador de las naciones es exaltar su propia historia y celebrar ante todo a sus héroes, la revelación bíblica es extremadamente parca en alabanzas a los hombres; lo frecuente más bien es mostrar las llagas y miserias del pueblo. Estamos ante el caso de una literatura nacional que no exalta a la nación sino únicamente a su Creador. Este es un hecho prácticamente único, que no debe ser pasado por alto.
* Por último, destaquemos que la conciencia de la direccionalidad del tiempo, la progresividad de la revelación y la dinámica de la promesa al cumplimiento tienen su culminación en lo que la Biblia llama “la plenitud de los tiempos.” En Jesucristo, Palabra Encarnada, todo el camino adquiere su cumbre más alta y su luz plena.