Sólo una pastilla más

Si eso fue lo que les dije a mis amigos, sólo una pastilla más y ya no volveré a consumir otra. Pero como siempre, nunca he podido de dejar de consumir drogas.

Mis padres y mis amigos me han dicho que deje de consumir drogas, porque puede irme mal y como siempre nunca les hago caso.

Hace dos días, consumí más de una pastilla sólo para salir de la depresión, me comenzó a doler la cabeza y me desmaye.

Recuerdo que al día siguiente amanecí acostado en la cama de un hospital, viendo a mis padres que estaban a un costado de la cama, llorando sin parar y yo sin poder moverme y decirles que no se preocupen que yo voy a estar bien.

Hoy estoy muy triste porque mis padres y amigos ya no me hacen caso, yo les hablo fuerte e incluso hasta les grito para que me hagan caso, pero ellos no me escuchan. Creo que yo ya estoy muerto por el simple hecho de que no me hablan e incluso juraría que no me ven.

En la tarde vi a mis padres llorar como nunca habían llorado, preguntándose porque tuve que morir.

Si tan sólo hubiera hecho caso, nada de esto hubiera pasado. Pero yo siempre decía: “Sólo una pastilla más” y ya no vuelvo a consumir otra, pero nunca cumplí. Qué lástima!

Así que, amigo, si te encuentras hundido en las drogas trata de salir de ellas antes de que te pase lo mismo y sea demasiado tarde.

No permitas que una pastilla, un cigarro, una cerveza o una inyección te domine. Fuiste hecho para gobernar y no para ser gobernado. Dios está a tu lado para ayudarte. Míralo a él.

Destrucción de ídolos y templos

Este grave tema fue estudiado por el jesuíta Constantino Bayle en Los clérigos y la extirpación de la idolatría entre los neófitos americanos, y por el franciscano Pedro Borges en La extirpación de la idolatría en Indias como método misional (siglo XVI). Aquí lo consideraremos nosotros en la primera evangelización de México.

En efecto, a poco de la conquista (1519 -1523), según nos cuenta el P. Motolinía, «en todos los templos de los ídolos, si no era en algunos derribados y quemados en México, en los de la tierra, y aún en los del mismo México, eran servidos y honrados los demonios. Ocupados los españoles en edificar a México y en hacer casas y moradas para sí, contentábanse con que no hubiese delante de ellos sacrificio de homicidio público, que escondidos y a la redonda de México no faltaban; y de esta manera se estaba la idolatría en paz» (I,3, 64).

Los españoles civiles, por otra parte, tenían «temor –cuenta Mendieta– de que los indios se alborotasen y levantasen contra ellos. Y como eran pocos y el Gobernador ausente [Cortés en la expedición a las Hibueras], los matasen a todos que este temor por muchos años duró entre los españoles seglares, mas no entre los frailes» (III,21).

Así las cosas, los frailes veían que la evangelización no podía ir adelante en tanto que los ídolos e idolillos siguieran ejerciendo su maléfico influjo, y mientras los teocalis, aunque ya limpios de las siniestras alfombras de sangre humana que en otro tiempo ostentaban, continuaran erguidos en toda su grandiosidad. Y cuenta Motolinía que el 1 de enero de 1525, en Tetzcoco, tres frailes «espantaron y ahuyentaron todos los que estaban en las casas y salas de los demonios», y la batalla en seguida prendió en México, Cuauh-titlán y al rededores.

«Y luego, casi a la par, en Tlaxcallan comenzaron a derribar y a destruir ídolos», poniendo en su lugar la Cruz y una imagen de Santa María. Más aún, los frailes, con los indios cristianos, «para hacer las iglesias comenzaron a echar mano de sus teocalis para sacar de ellos piedra y madera, y de esta manera quedaron desollados y derribados; y los ídolos de piedra, de los cuales había infinitos, no sólo escaparon quebrados y hechos pedazos, pero vinieron a servir de cimiento para las iglesias» (III,3, 64).

Indios y españoles humillaron así a los dioses de aquellos inmensos mataderos de hombres, donde habían visto matar, descuartizar y desollar a muchos de sus parientes y amigos.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Para acercarse a la comprensión de Dios

¿Que sentido tiene Dios sin la humanidad? – A.F.G.

* * *

La afirmación de nuestra humanidad al margen o sin la luz de Dios, o sin la amistad de Dios o sin la gracia de Dios es finalmente un acto de afirmación de la creatura contra el Creador.

Te invito a que no caigas entonces en la trampa de decir: “Primero garanticemos lo humano, y luego veremos qué es o cómo entra lo divino.” El ser humano, al escrutar profundamente en sí mismo, no descubre otra razón de su origen, ni descubre otra meta para sus sueños que no sea Dios. Al reconocerse muchas veces débil e incoherente con sus propios propósitos–como seguramente te habrá sucedido a ti mismo–se descubre infinitamente necesitado de redención. Esto que te estoy contando es exactamente el resumen del Antiguo Testamento. Por algo dijo San Agustín: La ley se nos dio para que reconociéramos la necesidad de la gracia.

Dicho de otro modo: no existe lo humano “químicamente puro” que no sea, precisamente en virtud de su propia constitución humana, una referencia constante e innegable a la obra, el querer y la bondad de Dios.

¿Por qué entonces muchos filósofos buscaron una especie de humanismo sin Dios? Básicamente porque al reconocer que nuestro ser está en Dios y de Él depende completamente nos damos cuenta que no podemos ser ley para nosotros mismos. No podemos asignar a placer lo bueno y lo malo. No podemos considerarnos medida de nuestro propio ser a partir de nuestras solas preferencias o intereses.

Por eso al escuchar la Sagrada Escritura no podemos tampoco tomar como criterio “mi experiencia” o “tu experiencia.” Porque sucede esto: mientras el pecado da frutos deleitables (que es una etapa que siempre existe) la experiencia del pecador le hace detestable el querer y la ley de Dios. Por eso nos enseña el salmo: “Dice el necio para sí: no hay Dios; se han corrompido cometiendo abominaciones…” Así que mientras somos víctimas quizás voluntarias de nuestros pecados, nuestras “experiencias” siempre tratarán de torcer el sentido de la Escritura para que no nos despiere ni nos denuncie. Por eso dijo Cristo: “Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3,20). No caigas en esa trampa, te repito. De corazón te invito a tomar estos años de tu formación para afianzarte más y más en Cristo, el Verbo Encarnado, verdadero garante de la plena humanidad.