[Serie de conferencias ofrecidas en la Cátedra “Pedro de Córdoba” de la Universidad Santo Tomás, en Bogotá, durante el segundo semestre de 2015.]
I. Algunos principios iniciales
1. Todos podemos aprender de todos pero nadie es fotocopia de nadie.
2. El impacto que la Palabra tenga en ti da una idea del impacto que tu palabra de predicación tendrá en otros. Una definición de “contemplar” es “dejase impactar.” De ahí la importancia del silencio y de la oración.
3. Todo ministerio de predicación es un ministerio de conversión. Predicamos para que suceda en cambio. De otro modo, la predicación será sólo un entretenimiento, un barniz superficial, o una conversación erudita pero finalmente estéril entre especialistas. Por eso hemos de comprender que toda predicación lleva a un punto: “escoge entre Dios y tu pecado.” Encontraremos rechazo; no que debamos buscarlo pero sí que sepamos que lo primero no es agradar, lucirse ni menos obtener beneficios económicos.
4. Las almas, los corazones, son de Dios. Sólo Él es el que conquista y vence. Por eso no debemos echarnos automáticamente la culpa cuando no llegan los frutos que uno quisiera. Y sobre todo, que no debemos adueñarnos de nadie, al estilo de aquellos sacerdotes que piden o exigen que un alma se confiese solamente con ellos. Lo nuestro es ser “acueducto,” al modo de la Virgen María.
5. No existen “recetarios” que nos hagan automáticamente buenos predicadores. Seguramente en la predicacion se cumple la ley de las 10.000 horas de práctica. No todo será acierto desde el principio.
II. Bases teóricas de la predicación
* Podemos decir que la Palabra es el ingrediente básico de la predicación.
1. Singularidad de la Sagrada Escritura, que nos revela por qué requerimos de este alimento.
1.1 Literatura nacional que no exalta al propio pueblo.
1.2 Aunque somos libres, el tiempo tiene una dirección, y ello revela el reinado de un Dios sapiente y providente.
1.3 La distinción entre Creador y creatura: el universo no es fruto de coacción, emanación o carencia en Dios; sólo puede ser fruto de una decisión libre, poderosa, sabia y sobre todo, amorosa. Existir ya es una victoria.
1.4 La revelación de la gracia, que va más allá de la simple compasión que vence la distancia mayor, la que ha permitido ir de la santidad a la miseria del pecado.
2. Características del lenguaje bíblico
2.1 El tono dominante en la Biblia es lo “testimonial” que supera la disputa estéril que nace de la falsa división entre lo completamente objetivo y lo puramento subjetivo.
2.2 Lo revelatorio y su relación con dos extremos: lo formal y con lo arcano. Ejemplo típico de tal lenguaje son las parábolas, con su culmen en la Cruz de Cristo que, a quien sabe contemplara, finalmente se le vuelve “transparente.”
2.3 Lo eclesial como contexto que da sentido y lugar a la predicación y a la conversión misma. Lo externo, en la obra de los apóstoles, y lo interno, con la confirmación de la acción del Espíritu.
3. Las obras y las palabras
* Nos enseña la Constitución Dei Verbum que Dios se revela por obras y palabras. Es bueno comprender la relación entre unas y otras.
3.1 Las solas palabras quedan reducidas a opiniones que nada construyen sino sólo relativismo.
3.2 Las solas obras, por ejemplo, el limitarse a “ser bueno,” no superan la ambigüedad.
3.3 La revelación sólo es perfecta en la complementariedad de obras y palabras. Mi primera “palabra” es mi vida y mi verdadera “vida” es la Palabra: tal es la vocación del predicador.
3.4 De ahí la importancia del “trípode” de que nos habla Dei Verbum: Biblia, Tradición y Magisterio.