La religiosidad de Cortés fue ampliamente compartida por sus compañeros de milicia. Como ya vimos más arriba (76-77), Bernal Díaz del Castillo afirmaba que ellos, los soldados conquistadores, fueron en la Nueva España los primeros apóstoles de Jesucristo, incluso por delante de los religiosos: ellos fueron, en efecto, los primeros que, en momentos muy difíciles y con riesgo de sus vidas, anunciaron el Evangelio a los indios, derrocaron los ídolos, y llamaron a los religiosos para que llevaran adelante la tarea espiritual iniciada por ellos entre los indios.
Pues bien, el mismo Bernal, cuando en su Historia verdadera da referencias biográficas «De los valerosos capitanes y fuertes y esforzados soldados que pasamos desde la isla de Cuba con el venturoso y animoso Don Hernando Cortés» (cp.205), no olvida a un buen número de soldados, compañeros suyos de armas, que se hicieron frailes y fueron verdaderos apóstoles de los indios:
«Pasó un buen soldado que se decía Sindos de Portillo, natural de Portillo, y tenía muy buenos indios y estaba rico, y dejó sus indios y vendió sus bienes y los repartió a pobres, y se metió a fraile francisco, y fue de santa vida; este fraile fue conocido en México, y era público que murió santo y que hizo milagros, y era casi un santo. Y otro buen soldado que se decía Francisco de Medina, natural de Medina del Campo, se metió a fraile francisco y fue buen religioso; y otro buen soldado que se decía Quintero, natural de Moguer, y tenía buenos indios y estaba rico, y lo dio por Dios y se metio a fraile francisco, y fue buen religioso; y otro soldado que se decía Alonso de Aguilar, cuya fue la venta que ahora se llama de Aguilar, que está entre la Veracruz y la Puebla, y estaba rico y tenía buen repartimiento de indios, todo lo vendió y lo dio por Dios, y se metió a fraile dominico y fue muy buen religioso; este fraile Aguilar fue muy conocido y fue muy buen fraile dominico. Y otro buen soldado que se decía fulano Burguillos, tenía buenos indios y estaba rico, y lo dejó y se metió a fraile francisco; y este Burguillos después se salió de la Orden y no fue tan buen religioso como debiera; y otro buen soldado, que se decía Escalante, era muy galán y buen jinete, se metió fraile francisco, y después se salió del monasterio, y de allí a obra de un mes tornó a tomar los hábitos, y fue muy buen religioso. Y otro buen soldado que se decía Lintorno, natural de Guadalajara, se metió fraile francisco y fue buen religioso, y solía tener indios de encomienda y era hombre de negocios. Otro buen soldado que se decía Gaspar Díez, natural de Castilla la Vieja, y estaba rico, así de sus indios como de tratos, todo lo dio por Dios, y se fue a los pinares de Guaxalcingo [Huehxotzingo, en Puebla], en parte muy solitaria, e hizo una ermita y se puso en ella por ermitaño, y fue de tan buena vida, y se daba ayunos y disciplinas, que se puso muy flaco y debilitado, y decía que dormía en el suelo en unas pajas, y que de que lo supo el buen obispo don fray Juan de Zumárraga lo envió a llamar o le mandó que no se diese tan áspera vida, y tuvo tan buen fama de ermitaño Gaspar Díez, que se metieron en su compañía otros dos ermitaños y todos hicieron buena vida, y a cabo de cuatro años que allí estaban fue Dios servido llevarle a su santa gloria»…
Ya se ve que no había entonces mucha distancia entre los frailes apóstoles y aquellos soldados conquistadores, más tarde venteros, encomenderos o comerciantes. Es un falso planteamiento maniqueo, como ya he señalado, contraponer la bondad de los misioneros con la maldad de los soldados: los documentos de la época muestran en cientos de ocasiones que unos y otros eran miembros hermanos, más o menos virtuosos, de un mismo pueblo profundamente cristiano.
El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.