“Me gustaría que cuando crezcas fueras como el lápiz”.
Intrigado, el nieto miró el lápiz, y preguntó al abuelo, “¿Y qué tiene de especial?”
“Un gran pensador escribió que ‘todo es según el color del cristal con que se mira’, y lo mismo pasa con el lápiz” –dijo el abuelo. “Si lo vemos calmadamente, encontramos que tiene cinco cualidades extraordinarias, que si logras imitarlas, harán siempre de ti una persona en paz con el mundo.
En primer lugar, al igual que el lápiz, tú puedes hacer grandes cosas, sin olvidar nunca que existe una mano que guía tus pasos. Esa mano se llama Dios. Créele, confía en Él y depende siempre de Él.
Lo segundo, de vez en cuando necesitas dejar lo que estás escribiendo y usar el sacapuntas. El lápiz sufre un poco, es cierto, pero rápidamente la punta estará afilada. También tú debes ser capaz de soportar algunos dolores que harán de ti una mejor persona.
Tercero, el lápiz tiene a nuestra disposición una goma para borrar lo que no proceda. Y óyeme bien. Corregir algo que hayamos hecho no significa que sea algo malo, sino más bien algo importante que debemos rectificar, y que nos permite mantenernos en el camino del amor a Dios y a nuestros semejantes.
Cuarta cualidad: mira bien el lápiz. Lo principal no es la madera ni su forma, sino el grafito que tiene adentro. Cuida siempre con esmero todo lo que sucede dentro de ti, ‘porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas’. (Mc 7, 21a).
La quinta cualidad es importante: el lápiz siempre deja una marca. Has de saber que todo lo que hagas en la vida, dejará trazos. Trata siempre de estar consciente de cada cosa que hagas”.
[Tomado de un aporte de Juan Rafael Pacheco.]