¡Resucitó Cristo, nuestra esperanza! Este es el grito que resuena en la Iglesia y en el mundo desde hace más de dos mil años en cada Pascua. Pero ¿Es posible hoy seguir esperando? Sí, Cristo ha resucitado y nos empuja a descubrir que lo imposible también forma parte de nuestra vida, porque Dios se ha metido en nuestra historia de una vez y para siempre.
Creer en la resurrección significa no resignarse a que el mundo siga de la misma manera. Celebrar la pascua es creer con toda la fuerza de nuestro corazón que Cristo sigue viviendo en medio de nosotros y que es capaz de transformarnos desde dentro para ayudarnos a construir el mundo y la vida que anhelamos, y que nos parece tan lejana.
Celebrar la pascua es dejar que el Resucitado venza nuestro miedo y desconfianza. La noche terminó. La luz que se ha encendido en medio de la oscuridad nos muestra un mundo nuevo. La piedra que encerraba a “la vida” fue arrojada lejos por Cristo. Él es la vida que no puede quedar sepultada por nada ni por nadie.
Esta Pascua tiene que ser más que nunca un paso de Dios por nuestra vida y por la historia que nos toca vivir; una invitación, casi como un deber, a ser esperanza de un mundo que agoniza resucitándolo con el testimonio de la fraternidad y la solidaridad, de la lucha por la verdad y la justicia, de la confianza y el amor, del perdón y la reconciliación, de la generosidad y la entrega.
(Del mensaje de Pascua de la Madre Elfi Pozo Aguilar, O.P., Dominica de la Inmaculada Concepción)