La globalización: una fase de transición epocal

310 Uno de los estímulos más significativos para el actual cambio de la organización del trabajo procede del fenómeno de la globalización, que permite experimentar formas nuevas de producción, trasladando las plantas de producción en áreas diferentes a aquellas en las que se toman las decisiones estratégicas y lejanas de los mercados de consumo. Dos son los factores que impulsan este fenómeno: la extraordinaria velocidad de comunicación sin límites de espacio y tiempo, y la relativa facilidad para transportar mercancías y personas de una parte a otra del planeta. Esto comporta una consecuencia fundamental sobre los procesos productivos: la propiedad está cada vez más lejos, a menudo indiferente a los efectos sociales de las opciones que realiza. Por otra parte, si es cierto que la globalización, a priori, no es ni buena ni mala en sí misma, sino que depende del uso que el hombre hace de ella,676 debe afirmarse que es necesaria una globalización de la tutela, de los derechos mínimos esenciales y de la equidad.

311 Una de las características más relevantes de la nueva organización del trabajo es la fragmentación física del ciclo productivo, impulsada por el afán de conseguir una mayor eficiencia y mayores beneficios. Desde este punto de vista, las tradicionales coordenadas espacio-temporales, dentro de las que el ciclo productivo se definía, sufren una transformación sin precedentes, que determina un cambio en la estructura misma del trabajo. Todo ello tiene importantes consecuencias en la vida de las personas y de las comunidades, sometidas a cambios radicales tanto en el ámbito de las condiciones materiales, cuanto en el de la cultura y de los valores. Este fenómeno afecta, a nivel global y local, a millones de personas, independientemente de la profesión que ejercen, de su condición social, o de su preparación cultural. La reorganización del tiempo, su regularización y los cambios en curso en el uso del espacio —comparables, por su entidad, a la primera revolución industrial, en cuanto que implican a todos los sectores productivos, en todos los continentes, independientemente de su grado de desarrollo— deben considerarse, por tanto, un desafío decisivo, incluidos los aspectos ético y cultural, en el ámbito de la definición de un sistema renovado de tutela del trabajo.

312 La globalización de la economía, con la liberación de los mercados, la acentuación de la competencia, el crecimiento de empresas especializadas en el abastecimiento de productos y servicios, requiere una mayor flexibilidad en el mercado de trabajo y en la organización y gestión de los procesos productivos. Al valorar esta delicada materia, parece oportuno conceder una mayor atención moral, cultural y estratégica para orientar la acción social y política en la temática vinculada a la identidad y los contenidos del nuevo trabajo, en un mercado y una economía a su vez nuevos. Los cambios del mercado de trabajo son a menudo un efecto del cambio del trabajo mismo, y no su causa.

313 El trabajo, sobre todo en los sistemas económicos de los países más desarrollados, atraviesa una fase que marca el paso de una economía de tipo industrial a una economía esencialmente centrada en los servicios y en la innovación tecnológica. Los servicios y las actividades caracterizados por un fuerte contenido informativo crecen de modo más rápido que los tradicionales sectores primario y secundario, con consecuencias de gran alcance en la organización de la producción y de los intercambios, en el contenido y la forma de las prestaciones laborales y en los sistemas de protección social.

Gracias a las innovaciones tecnológicas, el mundo del trabajo se enriquece con nuevas profesiones, mientras otras desaparecen. En la actual fase de transición se asiste, en efecto, a un pasar continuo de empleados de la industria a los servicios. Mientras pierde terreno el modelo económico y social vinculado a la grande fábrica y al trabajo de una clase obrera homogénea, mejoran las perspectivas ocupacionales en el sector terciario y aumentan, en particular, las actividades laborales en el ámbito de los servicios a la persona, de las prestaciones a tiempo parcial, interinas y « atípicas », es decir, las formas de trabajo que no se pueden encuadrar ni como trabajo dependiente ni como trabajo autónomo.

314 La transición en curso significa el paso de un trabajo dependiente a tiempo indeterminado, entendido como puesto fijo, a un trabajo caracterizado por una pluralidad de actividades laborales; de un mundo laboral compacto, definido y reconocido, a un universo de trabajos, variado, fluido, rico de promesas, pero también cargado de preguntas inquietantes, especialmente ante la creciente incertidumbre de las perspectivas de empleo, a fenómenos persistentes de desocupación estructural, a la inadecuación de los actuales sistemas de seguridad social. Las exigencias de la competencia, de la innovación tecnológica y de la complejidad de los flujos financieros deben armonizarse con la defensa del trabajador y de sus derechos.

La inseguridad y la precariedad no afectan solamente a la condición laboral de los hombres que viven en los países más desarrollados, sino también, y sobre todo, a las realidades económicamente menos avanzadas del planeta, los países en vías de desarrollo y los países con economías en transición. Estos últimos, además de los complejos problemas vinculados al cambio de los modelos económicos y productivos, deben afrontar cotidianamente las difíciles exigencias procedentes de la globalización en curso. La situación resulta particularmente dramática para el mundo del trabajo, afectado por vastos y radicales cambios culturales y estructurales, en contextos frecuentemente privados de soportes legislativos, formativos y de asistencia social.

315 La descentralización productiva, que asigna a empresas menores múltiples tareas, anteriormente concentradas en las grandes unidades productivas, robustece y da nuevo impulso a la pequeña y mediana empresa. Surgen así, junto a la actividad artesanal tradicional, nuevas empresas caracterizadas por pequeñas unidades productivas que trabajan en modernos sectores de producción o bien en actividades descentralizadas de las empresas mayores. Muchas actividades que ayer requerían trabajo dependiente, hoy son realizadas en formas nuevas, que favorecen el trabajo independiente y se caracterizan por una mayor componente de riesgo y de responsabilidad.

El trabajo en las pequeñas y medianas empresas, el trabajo artesanal y el trabajo independiente, pueden constituir una ocasión para hacer más humana la vivencia laboral, ya sea por la posibilidad de establecer relaciones interpersonales positivas en comunidades de pequeñas dimensiones, ya sea por las mejores oportunidades que se ofrecen a la iniciativa y al espíritu emprendedor; sin embargo, no son pocos, en estos sectores, los casos de trato injusto, de trabajo mal pagado y sobre todo inseguro.

316 En los países en vías de desarrollo se ha difundido, en estos últimos años, el fenómeno de la expansión de actividades económicas « informales » o « sumergidas », que representa una señal de crecimiento económico prometedor, pero plantea problemas éticos y jurídicos. El significativo aumento de los puestos de trabajo suscitado por tales actividades se debe, en realidad, a la falta de especialización de gran parte de los trabajadores locales y al desarrollo desordenado de los sectores económicos formales. Un elevado número de personas se ven así obligadas a trabajar en condiciones de grave desazón y en un marco carente de las reglas necesarias que protejan la dignidad del trabajador. Los niveles de productividad, renta y tenor de vida, son extremamente bajos y con frecuencia se revelan insuficientes para garantizar que los trabajadores y sus familias alcancen un nivel de subsistencia.

NOTAS para esta sección

676Cf. Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales (27 de abril de 2001), 2: AAS 93 (2001) 599.


Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.

Germanwings, vuelo 4U 9525

En días recientes el mundo ha presenciado con ojos desconcertados una catástrofe que parece tomada de una película de terror: según las evidencias actualmente disponibles, el copiloto de un avión comercial ha decidido suicidarse estrellando el avión que en ese momento estaba completamente a su cargo, después de impedir deliberadamente que el piloto pudiera regresar a la cabina de mando; así han muerto con él 149 inocentes. Hasta el momento no hay señal ni razón alguna que ayude a comprender su fatal decisión por lo que el trágico accidente no puede ser calificado de acto terrorista sino de algo así como un acto demencial a la máxima potencia. La investigación se encamina en este momento a tratar de indagar los motivos y circunstancias que pudieron llevar a ese hombre a actuar de un modo tan absurdo y tan cruel.

Es difícil asomarse al abismo de dolor y al pozo oscuro de preguntas que deben estar persiguiendo a los parientes y amigos de aquellos desventurados pasajeros. Es aún más difícil tratar de imaginar el infierno que experimentaron aquellos viajeros que de repente tuvieron la certeza espantosa de que su viaje iba a terminar demasiado pronto y que jamás llegarían al destino planeado. Un acto absurdo, una voluntad impuesta de muerte los obligó a desembarcarse de esta vida en circunstancias de un horror sin límites. ¿Qué pensamientos cruzaron por aquellas mentes exasperadas, llegadas al colmo de la angustia, sencillamente condenadas a morir? ¿A quiénes recordaron? ¿Con qué imagen quisieron o tuvieron que despedirse de su paso por esta tierra? ¿Hubo creyentes entre ellos? ¿Se elevaron súplicas a Dios, primero para que los salvara de semejante momento, y luego, al ver llegar lo inevitable a 800 kilómetros por hora, para que se apiadara de ellos en la hora de entrar a la eternidad?

¿Y qué hay de ese otro abismo, el de la mente del suicida que llevó a la muerte a sus compañeros de vuelo, incluyendo al piloto con el que había conversado minutos atrás de modo amigable e informal? Apenas sucedido el accidente, las entrevistas de los periodistas buscaban con afán a mecánicos, ingenieros y técnicos de aviación. Ahora sabemos que todo apunta a que el desperfecto no estaba en las máquinas. Los motores, cables y estructuras estaban en buenas condiciones; el corazón, la mente y las decisiones de quien iba a manejar toda esa maravilla tecnológica, no lo estaban. Ironía de nuestra sociedad: hacemos naves con alto grado de perfección pero alguna vez las entregamos a pilotos con terribles desperfectos. Por eso, con referencia este caso, los periodistas ya no preguntan a los ingenieros sino que interrogan a psicólogos, sobre todo a aquellos que parecen tener mas conocimiento de la gravedad de la depresión, o de la capacidad de mentira y máscara que tiene el ser humano.

No te quedes mirando la máquina; mira a quien debe guiarla. Tener un buen avión es el logro de nuestra sociedad; nos falta todavía saber cómo podemos tener magníficos seres humanos que guíen esos magníficos aparatos. El avión es un medio; corresponde al piloto llevarlo a su meta o destino. Y la meta puede ser un feliz aterrizaje, seguido de abrazos y risas; o puede ser un lugar remoto en los Alpes, seguido de lágrimas de rabia y desconsuelo.

Tenemos cada vez herramientas y medios mejores, como nuestros aviones, pero nos estamos olvidando demasiado de los fines, los propósitos, los genuinos valores. ¿De qué sirven los GPS, radares, mapas y brújulas de la máquina si el corazón ha perdido su brújula, o si su único Norte es la muerte y la nada?

Somos una sociedad desorientada y perpetuamente distraída que se olvida de que ha perdido su brújula mirando con orgullo las brújulas de los aparatos. Muchas personas han perdido todo motivo para seguir adelante pero se distraen viendo que por lo menos la batería de su celular está bien cargada. Multitud de jóvenes no saben qué es valioso en la vida pero, en triste compensación, sí saben cómo ganar puntos en el videojuego de moda. Estamos orgullosos de conquistar la materia pero esa arrogancia nos ha hecho descuidar nuestra dimensión más espiritual y permanente.

Nada que yo diga; nada que nadie diga podrá devolver a las familias en luto el abrazo de sus seres queridos. Pero si queremos que algo bueno brote en aquel rincón perdido de los Alpes franceses esta puede ser la lección: No descuides tu herramienta pero cuida aún más a quien ha de usarla. Atiende los medios y caminos pero pon tu corazón en la meta verdadera.

Para quienes hemos recibido el don de la fe, esa meta tiene nombre propio: Jesucristo.

Que sea esta la sobria meditación de nuestra Semana Santa, y que el Señor nos conceda renovarnos en su Pascua. Amén.