Fray Nelson, le quería pedir un consejo mi vida es un caos no he podido casarme el amor nunca llega para quedarse conmigo solo lo veo pasar a otras mejores; no viene al caso entrar en detalles le aburriría pero quisiera saber que opina Ud de que Dios nos hace sus esposas y no quiere que estemos con nadie es quien se ocupa de quitarnos de nuestro camino… o es el mal que destruye las relaciones porque odia y no puede ver el amor de pareja. Uno crece con las muñecas pensando en ser madre; ya llego a 50 y me duele pensar que estaré sola; todos me dicen es Jesús su esposo, cosas así siempre… pero yo no siento nada de ser monja… ando muy triste. -E.
No necesariamente hay que buscar una explicación sobrenatural. Las simples estadísticas muestran que siempre hay un número de mujeres que no tendrán pareja. por supuesto, para quienes no desean ese estado de vida, es muy triste ser parte de una estadística fría. Y esa tristeza no se va simplemente con una espiritualización apresurada del tipo: “Cristo es mi esposo.” Es verdad que hay personas que por vocación sienten así sobre Cristo pero esa es una decisión que han tomado libremente, no una condición que la vida les ha puesto encima.
¿Qué hacer entonces? Propongo tres puntos:
1. Darse cuenta que es una parte de la vida humana que no siempre se cumplen nuestros sueños. Hay gente que siempre quiso tener una casa propia, o siempre quiso tener un determinado trabajo, o siempre quiso viajar a algún sitio, o siempre quiso tener un hijo, o suiempre quiso casarse. No hay una explicación general de por qué tantos sueños que parecen legítimos y razonables no se realizan. En algún caso uno puede pensar que Dios podría estar preservando a una persona de algún tipo de daño o desengaño pero eso si acaso puede servir en unas cuantas historias. De nuevo, lo único que tenemos son las duras estadísticas que muestran que muchas personas no tendrán algunas alegrías particulares que hubieran querido tener. Y si las cosas les pueden suceder a algunos, ¿por qué no a nosotros?
Este tipo de dolor se parece mucho a un duelo. Uno puede disgustarse, enloquecerse, deprimirse o tratar de disimular pero la ausencia permanente del ser amado no cambia con nada de eso.
¿Qué hace una persona en un duelo? Toma las enseñanzas, atesora los buenos recuerdos, agradece lo que hay que agradecer y poco a poco va enfocándose en nuevas metas. En vez de llorar ante una puerta cerrada hay que ver qué puertas están abiertas.
2. Enfocarse en lo que sí es posible hacer y si trae satisfacción personal profunda. Uno no debe estar comparando alegrías. Lo que no se pudo, no se pudo. Pero el hecho de que una alegría no haya podido ser no quita que haya otras alegrías que sí pueden llegar a nuestra vida; alegrías y bienes que quizás han estado tocando a nuestra puerta. Por dar un ejemplo de algo distinto: hay personas que cuando terminan su época laboral y se jubilan (retiran) entran en depresión porque no pueden hacer lo que les gustaba. Pero también hay personas que empiezan a descubrir otro tipo de actividades que de hecho quedaban siempre pospuestas o incompletas debido al mucho trabajo.
Además de pensar en cómo hubiera sido su vida si hubiera estado casada, ¿qué más puede hacer una mujer? ¿Va a pasarse el día pensando sus pensamientos? Algunas toman ese camino que por supuesto les enferma el cuerpo y el alma. Otras van descubriendo que hay muchas fuentes de satisfacción, trabajo y alegría que no están ligadas al matrimonio. No todo en la vida debe definirse por “me casé” o “no me casé.” Ese es un descubrimiento fundamental. El valor integral de la vida no proviene de un solo aspecto o dimensión. Las personas con una fe viva en Cristo descubren esto más pronto porque Él nos pone en la ruta para sabernos y sentirnos amados por Dios Padre, y ese amor no se limite a “Tuve el trabajo que quería” “Me casé con el hombre que quería” o cosas parecidas. Además, la ruta de la fe nos ayuda a ver que todas esas alegrías, aunque sean grandes y legítimas, terminan con la hora de la muerte. Jesucristo en cambio nos invita: “Atesorad tesoros en el cielo…”
3. Por último, y puede ser lo más importante, es necesario ser miembros vivos de comunidades de fe en nuestras parroquias o en movimientos católicos reconocidos y autorizados. Al demonio le encanta vernos obsesionados con “algo” porque ese deseo concentrado pronto hace que caigamos en idolatría, y a la vez nos vuelve ciegos a los demás bienes que quizás Dios quiere otorgarnos.
Una comunidad de fe, donde haya oración, formación y evangelización, o sea, servicio de la Buena Nueva a otras personas, nos saca de las trampas en las que es tan fácil caer. Pronto nos damos cuenta que los demás no están necesitándonos únicamente ni principalmente por el trabajo que tengamos, el dinero que ganemos o la persona con la que nos hayamos casado. Esas cosas no necesariamente nos hacen buenos servidores de nuestros hermanos. En cambio, sí hay algo que mejora todo en nosotros: una vida de oración, no para ganar favores de Cristo sino porque Él es bueno y de su bondad nos hace partícipes.