Motete 029 – Hay una palabra

Hay una palabra que llena mi alma;
hay una palabra que me hace cantar;
hay una palabra que Cristo oraba:
de noche y de día, Cristo repetía: ¡Abbá!

1. Hay una palabra que vence al pecado
y que prevalece frente a la tentación;
todo cambia cuando te sabes amado
y cuando recuerdas que tu Padre es Dios.

2. Hay una palabra que vence a la duda
y que prevalece frente a la confusión;
si la necesitas, tan sólo escucha:
es el Nombre eterno de tu Padre Dios.

Acto de humilde adoración

Señor Jesucristo, que por nuestra redención diste tu vida en la Cruz y nos dejaste en el Santísimo Sacramento un signo verdadero de tu presencia, yo te amo y quisiera haberte amado sobre todas las cosas; pero con mis pecados y las blasfemias y sacrilegios que algunos lanzan contra Ti en este Sacramento han aumentado más tus heridas, y me hice indigno de tu clemencia y merecedor por tanto de los castigos del infierno. Pero desde hoy quiero ofrecerme como hostia viviente de expiación por los ultrajes y sacrilegios que padeces en el Sagrario, para mitigar el dolor que ellos te causan.

Mas como soy indigno de tu Divina Majestad, acudo a la intercesión poderosa de tu santísima Madre, la Bienaventurada Virgen María, que permanece como Adoratriz perpetua ante Ti, para que por medio de Ella mi humilde y sincera oblación sea hallada perfecta, espiritual y digna de Ti; y persevere en esta actitud hasta la muerte para que pueda un día honrarte con todos tus Ángeles y Santos en el Cielo por toda la eternidad. Amén.

Te adoro y te bendigo, oh Señor Jesucristo, porque redimiste al mundo con tu Cruz. Amén.

Laicos cristianos evangelizadores

Como decíamos al hablar de los cronistas y soldados, hemos de tener siempre presente que el sujeto principal de la acción evangelizadora de las Indias fue la Iglesia, entendida como el pueblo cristiano. Es decir, la evangelización de América no fue hecha sólo por los santos religiosos, cuya biografía recordaremos, y por los grandes obispos misioneros, con su clero. Aquellos santos religiosos, en primer lugar, no eran figuras aisladas, sino que vivían y actuaban en cuanto miembros de unas comunidades religiosas, con frecuencia santas y apostólicas. Pero hemos de recordar además que aquellos héroes misionales contaban siempre con la oración y la cooperación de un pueblo creyente, que estaba decidido a irradiar su fe.

Y esto no es sólamente una cuestión histórica, sino algo que parte de principios profundamente teológicos. En efecto, la acción misionera y apostólica, aunque tenga unos órganos específicos para su ejercicio, es acción de toda la Iglesia. Si consideráramos la admirable fecundidad de una cierta madre de familia, y sólo apreciáramos en ella una matriz particularmente sana, caeríamos en grave error: la fecundidad de esa mujer se debe igualmente o más a la salud de sus órganos internos, a la energía de su sistema muscular y respiratorio, a la fuerza de su corazón; y mucho más debe ser atribuída a su espíritu, a su capacidad personal de transmitir vida, de hacer aflorar en este mundo hombres nuevos. Algo semejante ocurre con la Iglesia Madre, cuya fecundidad apostólica procede siempre de Cristo Esposo, y de la participación orante y activa de todo el Cuerpo eclesial.

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