¡Crea en mí un corazón puro!
Para que, dejándome guiar y llevar por Ti,
Tú, sólo Tú, seas el soplo
que conduzca y empuje el navío de mis días.
¡Sal a mi encuentro, con tus brazos abiertos!
Y, apreciando tu presencia,
nunca me falte tu aliento en mis pasos,
tu Palabra en mis débiles obras,
tu consejo en las noches de incertidumbres.
¡Necesito tanto tu autoridad, Señor!
Saber que me acompañas en mis luchas.
Creer que me arropas en mis proyectos.
Sin ti, nada, oh Dios y contigo todo.
Eres la fuente de mi inspiración,
la semilla que, mis manos, dejan en el surco.
La llama viva con la cual intento prender el mundo.
El amor infinito que pone al descubierto el mío
limitado, cerrado e interesado.
Eres, oh Dios, el dueño de la existencia.
Aquél que en el silencio habla,
y en el amor tiene su último y mejor mensaje.
Aquél que, cuando se le llama,
tarde o temprano responde.
Aquél que, cuando se le arroja fuera del mundo,
sigue aguardando el retorno
con manos tendidas y abiertas.
¡Sin ti nada, oh Dios!
Ayúdanos, Dios y Padre, que estás en el cielo,
a sacar de nosotros aquello que nos paraliza.
A dinamitar los muros que nos apartan de Ti.
A expulsar el maligno que, en lucha encarnizada,
nos quiere para infierno y no para el cielo.
¡Sin ti nada, oh Dios!
Y contigo, lo podemos hacer todo, Señor.
P. Javier Leoz