[Serie de reflexiones para la Asociación de Vírgenes Seglares Dominicas, en Colombia.]
Tema 9 de 10: La Oración
* La mayor parte del conocimiento de sí mismo en Dios acontece cuando estamos de modo más claro abiertos a su gracia, su Espíritu y su amor. Así sucede sobre todo en la oración. Sin oración no hay vida en el alma.
* La estructura básica de la oración es cíclica, según lo que ya se explicó de la meditación “sazonada.” La oración es como una danza del Espíritu Santo en el corazón humano, que nos lleva a contemplar las grandezas del amor de Dios y el tamaño de las muchas necesidades nuestras en términos de perdón, peticiones, misericordia, y demás. Teniendo eso claro, algunas anotaciones adicionales vienen al caso:
(1) Sobre la oración vocal y la oración mental. Se simplifican y comprenden mejor las cosas si entendemos por oración “vocal” aquella que recibimos de otras personas, y que por eso, típicamente, la decimos con nuestra voz, es decir, la recitamos. Leer los salmos, incluso si se hace sin proferir sonidos, es oración vocal. Es falso el dilema que pretenden poner algunos protestantes, entre “rezar” y “orar.” Si la diferencia entre las dos es que “rezar” es malo porque implica repetir palabras de otros, entonces Jesús nos indujo a algo malo cuando dijo que oráramos diciendo (repitiendo) el Padrenuestro. Él mismo recitó salmos, hasta la hora de la Cruz. Todos empezamos por la oración vocal, y a ella hay que volver cuando la atención se dispersa sin remedio, porque la oración vocal cumple la misma función que cumplen las repeticiones cuando uno está aprendiendo a hablar, o cuando aprende un nuevo idioma. Pero hay que ir más allá de la repetición: hay que poner el corazón y elevar la mente; hay que ponderar y degustar lo que uno dice; hay que atesorarlo en la memoria y volver a reflexionar sobre ello a menudo. De esa manera la oración crece y hace bien.
(2) Propósitos y disciplina. Hay dos riesgos en esto; dos extremos: En un extremo, la falta de toda disciplina (por ejemplo, un horario) lleva fácilmente a la mediocridad, el descuido y el abandono de la oración. En el otro extremo, la obsesión por cumplir tato tiempo de oración o decir tantas oraciones puede llevar a un legalismo estéril que seca y endurece el alma. Catalina sabe que la disciplina es necesaria pero también sabe que mientras queremos con prudencia, que ella llama “discreción,” seguir nuestros buenos propósitos, debemos estar abiertos a la inspiración de Dios y a la vez trabajar en la purificación de la intención, de modo que no sean los consuelos o emociones lo que nos mueva ni lo que nos sostenga. A la vez, la inspiración momentánea que eleva la devoción, aunque no debe ser despreciada, tampoco debe reemplazar el ritmo constante y disciplinado que ayuda como criterio de perseverancia y crecimiento.
(3) Sobre el valor de la intercesión. Cuando reflexionamos en lo que significa que Cristo haya querido, con amor y obediencia, ser “Puente,” entendemos que esa es la misión que asumimos, aunque en pequeña escala, cuando hacemos intercesión por los hermanos. Pero esa unión con el Crucificado es también una fuente muy fuerte de caridad, de modo que Catalina asegura que el primer acto de caridad ha de ser orar por el hermano. Acto primero también en el sentido de servir de criterio y de luz para todos los demás bienes que queramos o debamos hacer al prójimo. Sin el beneficio de luz que trae el orar por una persona es muy fácil que el bien pretendido no sea el bien verdadero.
(4) Y nunca olvidar que, como dijo Dios a esta santa: el alma humana fue creada por amor y fue hecha de amor, de modo que la oración es alimento que alimenta. Todo su fruto y grandeza proviene de ser, expresar y celebrar el amor que ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado (Romanos 5).