Un pobre hombre que vivía en la miseria y mendigaba de puerta en puerta, observó un carro de oro que entraba en el pueblo llevando a un rey sonriente y radiante.
El pobre se dijo de inmediato “Se ha acabado mi sufrimiento, se ha acabado mi vida de pobre. Este rey de rostro dorado ha venido aquí por mi, lo sé. Me cubrirá de migajas de su riqueza y viviré tranquilo”.
En efecto, el rey, como si hubiese venido para ver al pobre hombre, hizo detener el carro a su lado.
El mendigo, que se había postrado en el suelo, se levantó y miro al rey, convencido de que había llegado la hora de su suerte.
Entonces, de repente, el rey extendió la mano hacia el pobre y le dijo:
– Qué tienes para darme? El pobre , muy sorprendido y muy desilusionado, no supo que decir.
“Es un juego – se preguntó – lo que el rey me propone? Se burla de mi? Es un nuevo pesar?”
Entonces al ver la persistente sonrisa del rey, su luminosa mirada y su mano tendida, el pobre metió la mano en su alforja, que contenía unos puñados de arroz.
Cogió un grano de arroz, y se lo dió al rey, que le dió las gracias y se fue enseguida llevado por unos caballos sorprendentemente rápidos.
Al final del día, al vaciar su alforja , el pobre encontró un grano de oro.
Entonces se puso a llorar diciendo:
– ¿Por qué no le habré dado todo mi arroz ?!