El mal en las Antillas
De su primer viaje trajo Colón una visión de los indios que serviría de precedente a la del buen salvaje roussoniano: «son las mejores gentes del mundo», dice en una ocasión.
Fue en su segundo viaje donde comenzó a desvelarse el misterio oscuro del mal en las Indias. Concretamente, «el lunes, a 4 de noviembre [1493], según cuenta Hernando Colón, el Almirante salió de la isla Marigalante con rumbo al Norte hacia una isla grande, que llamó Santa María de Guadalupe por devoción y a ruego de los monjes del convento de aquella advocación, a los que había prometido dar a una isla el nombre de su monasterio». Llegados a ella al día siguiente, tuvieron primer conocimiento de los indios caribes.
Seis mujeres indias insisten en ser acogidas en la nave, alegando que aquellos indios eran muy crueles: «se habían comido a los hijos de aquéllas y a sus maridos; dícese que a las mujeres no las matan ni se las comen, sino que las tienen por esclavas». Allí mismo les fue dado ver en algunas casas «muchas cabezas de hombres colgadas y cestas con huesos de muertos» (Historia del Almirante, cp.47; + Mártir de Anglería, Décadas I,2,3).
El día 10 navegó el Almirante junto a una isla que llamó de Monserrat, «y supo por los indios que consigo llevaba que la habían despoblado los caribes, comiéndose la gente». Y el 14, tuvieron en otra isla un encuentro violento con unos indios extraños:
«Estos tenían cortado el miembro genital, porque son cautivados por los caribes en otras islas, y después castrados para que engorden, lo mismo que nosotros acostumbramos a engordar los capones, para que sean más gustosos al paladar» (cp.48).
Los españoles comenzaban a conocer el poder de Satanás en las Indias.
Confianza en la Providencia divina
En todo ve Colón la mano de Dios providente. Ante un evento favorable, escribe: «Nuestro Señor, en cuyas manos están todas las victorias, adereza todo lo que fuere su servicio» (5 nov). No se trata, al menos siempre, de frases hechas, pues cambian mucho las expresiones. Y la misma confianza en la Providencia le asiste en lo adverso, también, por ejemplo, cuando encallan en Navidad; y así considera el lugar muy indicado para hacer un primer asiento en el Nuevo Mundo: «”Así que todo es venido mucho a pelo, para que se haga este comienzo”. Todo esto dice el Almirante. Y añade más para mostrar que fue gran ventura y determinada voluntad de Dios que la nao allí encallase porque dejase allí gente» (26 dic).
Advierte en otra ocasión que en Palos calafatearon muy mal las naves.
«Pero no obstante la mucha agua que las carabelas hacían, confía en Nuestro Señor que lo trujo lo tornará por su piedad y misericordia, que bien sabía su Alta Majestad cuánta controversia tuvo primero antes que se pudiese expedir de Castilla, que ninguno otro fue en su favor sino El, porque El sabía su corazón, y después de Dios, Sus Altezas, y todo lo demás le había sido contrario sin razón alguna» (14 en).
En la gran tormenta del 14 de febrero, ya de regreso a España, cuando se sentían perdidos, todos se confían a la Providencia divina. «Él ordenó que se echase [a suertes] un romero que fuese a Santa María de Guadalupe y llevase un cirio de cinco libras de cera y que hiciesen voto todos que al que cayese la suerte cumpliese la romería, para lo cual mandó traer tantos garbanzos cuantas personas en el navío tenían y señalar uno con un cuchillo, haciendo una cruz, y metellos en un bonete bien revueltos. El primero que metió la mano fue el Almirante y sacó el garbanzo de la cruz; y así cayó sobre él la suerte y desde luego se tuvo por romero y deudor de ir a cumplir el voto». Y aún sacaron otro romero para ir a Santa María de Loreto, en Ancona, y otro para que velase una noche en Santa Clara de Moguer.
«Después de esto el Almirante y toda la gente hicieron voto de, en llegando a la primera tierra, ir todos en camisa en procesión a hacer oración en una iglesia que fuese de la invocación de Nuestra Señora. Allende los votos generales o comunes, cada uno hacía en especial su voto, porque ninguno pensaba escapar, teniéndose todos por perdidos, según la terrible tormenta que padecían».
Llegados a las Azores, «dieron muchas gracias a Dios» (18 feb), y en lo primero que se ocuparon fue en buscar una iglesia, donde ir en procesión, y en hallar un sacerdote que celebrara una misa en cumplimiento del voto (19).
El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.