[Conferencia ofrecida a todos en el Coliseo del Colegio Santa Anita, en Lima. Mayo de 2013.]
* Los desafíos que enfrentan hoy los católicos pueden clasificarse en dos grandes grupos. En un grupo podemos incluir todos los que admiten la Biblia como Palabra de Dios, pero no admiten la autoridad de la Iglesia para enseñar o interpretar la Biblia. En el otro grupo tendríamos a aquellos para los que la religión, en general, es algo que a lo sumo puede ser tolerado como una actividad privada sin capacidad alguna de influencia en el área de lo público. En esta reflexión nos referimos al primer grupo.
* La Biblia es una obra de increíble complejidad, con una historia absolutamente única que abarca unos 1400 años. Recoge por tanto perspectivas, experiencias, episodios y normas que han encontrado su lugar a lo largo de ese largo proceso.
* La Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II nos da una clave interpretativa inicial que sirve de base: Dios es autor pero no elimina ni cancela la verdadera autoría de los hombres, y quizás mujeres, que plasmaron esa palabra bajo la guía del Espíritu Santo. En concreto, esto descarta la idea de la revelación bíblica como una especie de “dictado” que seria más perfecto en la medida en que el ser humano desapareciera más, y fuera como un tubo inerte que deja pasar “agua de cielo.”
* La verdad que nos da la Biblia es firme y segura pero no es la verdad de la ciencia moderna, habida cuenta que la misma ciencia moderna se ve a sí misma como una sucesión de teorías que siempre están en camino de revisión y mejoramiento. La verdad bíblica se refiere a quién es el hombre ante Dios; quién es el Dios que ha querido salir al encuentro del hombre; y cómo el hombre puede acoger la salvación que Dios le brinda con misericordia.
* No es de extrañar entonces que los hagiógrafos, que fueron “verdaderos autores,” según la expresión de Dei Verbum, se hayan servido de expresiones lingüísticas o concepciones científicas muy limitadas o incluso deficientes: la verdad para la que recibieron el don del Espíritu no es la verdad sobre la Relatividad General de Einstein (que un día será superada por alguna otra teoría) sino que, usando su conocimiento limitado, expresaron cosas que son ciertas, en el plano propiamente religioso y teológico de quién es el hombre, quién es Dios, y cómo se recibe la salvación. Sobre esta base puede establecerse poco a poco qué es lo que los autores han querido decir.
* Queda el tema de cómo interpretar esa palabra, en el sentido de preguntarnos qué nos quiere decir Dios con las palabras que los hagiógrafos nos dejaron. Es aquí donde resulta fundamental la autoridad de la Iglesia. Sin ella no queda otra cosa que la mentira en la que creyeron e hicieron creer a otros los Reformadores Protestantes, a saber, que la Palabra se interpreta a sí misma, o que cada uno puede interpretarla con sólo apelar a su conciencia y al Espíritu Santo.
* Muy al contrario, la Biblia muestra que es la obra y el tesoro de una comunidad peregrina en la fe: el Pueblo de Dios. Sólo en el seno de la Iglesia, a la que Cristo quiso jerárquicamente constituida, y sólo a la luz de lo vivido, practicado y creído en la Iglesia (a esto llamamos “tradición”) se interpreta correctamente la Palabra.