Hace unos días recibí esta difícil consulta:
Estimado Fray Nelson: Tengo dos casos muy cercanos, tanto en amistades como en la familia, de jóvenes que desde pequeños han sentido atracción por el mismo sexo y que hoy en día llevan un peso sobre ellos. En ambos casos se trata de gente que ha crecido en familias profundamente católicas, uno de ellos ha tenido la valentía de expresarlo a su familia, lo cual trajo mucho dolor para los padres y para el mismo joven ante la incomprensión de sus seres más queridos. La familia ha intentado negar el hecho y olvidarlo, pero eso no ha hecho más que traer problemas. En el otro caso, yo soy uno de los pocos que sabe sobre ese tema en su vida, he visto el sufrimiento, las lágrimas, el no comprender esa diferencia en cuanto al gusto, una vivencia que escapa a la razón, escapa al control. En este caso él se ha mantenido al margen de cualquier tipo de relaciones sentimentales, se ha vuelto muy tímido con el tiempo, ha tenido muchos conflictos con la vivencia de fe, en comprender y sentirse amado por Dios, en muchas ocasiones ha sentido que no puede ser parte de la iglesia, yo he intentado siempre de estar cercano y mostrarle la gracia de Dios, mostrarle que es un hijo de Dios y que él lo ama. Ahora bien, es dificil para él muchas veces aceptar esto.
En ambos casos, de no ser por la fuerte presencia de Dios en su vida, yo creo que ellos habrían tomado los rumbos del mundo. Por lo que yo he podido ver, esto no ha nacido como proceso de rebeldía o algo por el estilo, esto (el gusto por personas del mismo sexo) ellos lo han identificado desde pequeños y han tenido que confrontar una realidad compleja, luchando para parecer “normales” ante sus compañeros de escuela, la familia, etc. Yo no sé si debería referirme a ellos como homosexuales, ya que no practican la sexualidad con personas del mismo sexo. Esto más que una pregunta, es la petición de un consejo para poder ser luz para ellos, para poder alumbrarlos con la luz de Cristo. Yo no sé que deben hacer, ambos han estado con sicólogos pero los frutos parecen ser nulos, yo sé que antes que nada necesitan a Cristo.
Hay casos de manifestación tan temprana de la tendencia homosexual que uno estaría tentado de ver el hecho como algo congénito o connatural a la persona. El dilema moral que se plantea es: ¿por qué condenar a alguien que no escogió ser así? Incluso si no se toma una actitud agresiva contra la persona que tiene esa tendencia, se puede argumentar que se la está violentando al no permitirle desarrollar su mundo afectivo de la manera que le resultaría más plena y gratificante. El ejemplo que se da suele ser este: “Si Ud. siendo una persona heterosexual, estuviera en un país o región donde se le impidiera desarrollar su gusto por el sexo opuesto, Ud. se sentiría reprimido y violentado: así se sienten los homosexuales en una sociedad que rechaza o no acepta su tendencia.”
A ese modo de razonar hay que hacer varias anotaciones. Ante todo, liberémonos de la idea de que la afectividad es un asunto privado, en el sentido de que sólo afecta a las personas que se quieren o desean. Cuando se piensa ingenuamente que la homosexualidad es algo “entre ellos,” luego se piensa que todo se arreglará con un lenguaje y una legislación “inclusivos.” La verdad es muy distinta. La aceptación de los actos y expresiones afectivas tiene un inmediato efecto, positivo o negativo, en el conjunto de la sociedad, sobre todo por un hecho: una vez que se considera que es parte del amplio espectro de los afectos humanos el comportamiento homosexual, se sigue que en todo aquello que sea representativo de la sociedad debe haber explícita presencia homosexual. Como este es un hecho que mucha gente no se detiene a analizar, conviene destacarlo con casos concretos.
Aquí va un ejemplo, a partir de una comparación real con el tema del racismo.
Una vez que se admite, como es natural y justo que se haga, que las personas de raza negra son tan seres humanos como todos los demás humanos, y que por tanto deben gozar de los mismos derechos de los demás, se sigue que, por ejemplo, una serie de televisión que nunca presentara personas de raza negra sería calificada de discriminatoria y de racista. De inmediato se hace ese tipo de comparación con la homosexualidad: el “salir del armario” de ellos implica que la sociedad DEBE verlos en todas partes, de manera que la televisión y los medios de comunicación en general DEBEN acostumbrarnos a que el lesbianismo y las expresiones de afecto entre hombres, o con transexuales, o con travestis, no sólo son “normales” sino que ES ANORMAL que no las haya.
Cuando la gente ve de cerca una Marcha del Orgullo Gay, y ve el despliegue de manifestaciones exóticas, exhibicionistas o provocadoras, suele sentir algo de incomodidad. Y si son sinceros, no es el tipo de cosas que les gustaría que sus niños, sobre todo pequeños, vieran. Pero ya es demasiado tarde. Ya en sus colegios les están poniendo como tarea que escriban cuentos de familias con dos papás o con dos mamás. Al fin y al cabo, ¿no es esa la mejor manera de prevenir la homofobia? Por supuesto, si un papá no se siente cómodo con que su hija de siete años tenga que escribir un cuento de un niño que tiene “dos mamás” que “duermen juntas,” entonces ese papá debe ver su propia incomodidad como un atavismo que muestra lo poco desarrollado y democrático que él es. Y mejor que ese papá se autocastigue en su modo de ver, porque si no será el Estado el que ponga en riesgo la custodia de la hijita. ¿Puede haber algo peor que un papá homófobo?
Al hacer un análisis así se da uno cuenta que la afectividad NUNCA es algo privado. detrás de la afectividad está la adopción de niños; están los programas de educación sexual; están los criterios de contratación laboral; está la presión sobre los y las adolescentes. Esto último merece una mención más clara, y yo puedo dar un ejemplo que conocí personalmente.
Si una chica de quince años dice que quiere tener un enamorado (pololo, novio… dicen en algunos países), o si hay un muchacho de 20 años interesado en ella, pocos papás encontrarán sustento moral o legal para impedir que se den algunos avances afectivos. Pero, ¿qué hacer si es una mujer de unos veinte o veintidós años la que empieza a seducir el corazón de tu hija de quince? Como sería homófobo impedir la relación, porque el único argumento válido sería que se trata de una mujer tratando de enamorar a otra mujer, entonces los papás, un poco a disgusto, van viendo como esta mujer mayor va conquistando a la niña. La invita a muchos sitios, la corteja de mil modos, empieza a enseñarle cómo complacerse ella misma o con otras mujeres. Yo he hablado con los papás. Ellos saben bien que su hija no era así. Y saben bien que después de esa experiencia, que duró unos cuatro o cinco años, la hija se volvió radicalmente lesbiana. Su única manera de impedir eso hubiera sido metiendo “odiosos” prejuicios “homófobos,” y como lo peor que se puede ser en esta tierra, o casi lo peor, es homófobo, entonces ahí tienen a su niña tratando de seducir mujeres, y cambiando de pareja cada año o año y medio.
Debe quedar claro que la afectividad NO es asunto privado: roza, toca y transforma todo en la sociedad.
Ahí no paran las cosas. ¿Cuál es el argumento para permitir o incluso apoyar las expresiones afectivas homosexuales? Que se trata de personas adultas, en principio dueñas de sí mismas, que desean eso. ¿Y qué pasa si no son DOS personas que desean eso, sino por ejemplo, TRES? El mismo principio “moral” que permite que dos adultos se traten como se quieran tratar afectivamente, sin que importe su género, debe permitir que el número no importe. ¿Qué hay de malo en que cinco o diez adultos de reúnan a disfrutar de sus cuerpos, si nadie violenta a nadie? ¿Y qué hay de malo, si se aman y tratan con respeto, en que se compartan las mujeres o los hombres? ¿Por qué no tener matrimonios de tres o más? ¿Por qué no oficializar el “swinging” o cauqluier cosa que se ocurra a la mente de “personas adultas, en principio dueñas de sí mismas, que desean eso”? Ya hay intentos legales en Brasily en Canadá, en esa dirección. Ya uno ve cuál es el siguiente paso. Nos dirán algo como esto: “Sólo una mentalidad traumatizada con la sexualidad puede oponerse a que la gente sencillamente se ame y obre en consecuencia con su sentir y amar.” El paso que sigue a ese es este: “¿Y por qué no pueden los niños conocer y explorar también su sexualidad? Son ridículas las leyes que ponen límites a las expresiones de afecto entre adultos y niños.” Es decir: legalización de la pederastia, la efebofilia, y todo tipo de comportamientos, muy para el deleite de las miles de industrian que se lucran con las adicciones sexuales. Ya hay intentos legales en Holanda, en esa dirección.
Quiero subrayar algo: si uno llega a admitir que la razón suficiente para que dos adultos se expresen afecto es que ambos así lo quieren, cosa que es el argumento para permitir que los homosexuales se traten efectivamente como parejas, lo demás que he descrito hasta ahora se sigue forzosamente, con la lógica implacable de una demostración geométrica. Por favor, que nadie se engañe en este tema.
Y entonces, como el origen de la tendencia homosexual no es lo más relevante, ¿qué debe hacer la persona que siente la tendencia homosexual, sea por educación, circunstancias de infancia, o por factores que parecen casi genéticos o de nacimiento?
Debe hacer lo mismo que cada uno de nosotros debe hacer con las propias tendencias cuando no coinciden con el bien objetivo de la sociedad, de la Iglesia y finalmente de uno mismo: educarse en evitar lo que debe ser evitado para bien de todos. El hecho de que otros daños, causados por otras opciones y comportamientos, sea más inmediatamente visible, o que sea visible muy pronto en la persona que cae en él, no demuestra nada. Los legisladores sobre todo tienen el deber de preservar el bien mayor de la sociedad y eso requiere que todos, sea cual sea nuestra tendencia sexual, política o anímica, nos eduquemos y sepamos abstenernos de muchas cosas.
¿No hay acaso personas que desde su más temprana infancia tienen tendencias depresivas, sadísticas o mitómanas? Por supuesto, muchos se disgustarán de que yo haga esta comparación pero es que hablo desde el bien mayor de la sociedad, y hablo desde las consecuencias que siguen a partir del nefasto principio de que: “Lo que quieran los adultos no coaccionados es respetable ante la ley.” Ese principio, aunque parezca deleitable al que se vale de él, implica la ruina progresiva de la familia y la sociedad, y por eso debe ser cuestionado, rebatido y rechazado.
Dos últimas anotaciones:
(1) Para las personas con tendencia homosexual, cualquiera sea su origen, lo mismo que para los demás seres humanos, es más sencillo y factible superar las tendencias objetivamente desordenadas cuanto mayor sea su apego a los bienes que van más allá de esta tierra y de los deleites puramente corporales o mundanos. Una vida espiritual robusta, no como consuelo magro sino como verdadera fuerza que mira con gozo y esperanza a la santidad, es de inmensa ayuda.
(2) Nada impide que las personas que tienen esta clase de tendencias cultiven con especial ahínco el don de la amistad tanto con hombres como con mujeres. De hecho el don de encontrar amigos que comparten nuestros valores más firmes es uno de los más valiosos recursos para superar las limitaciones que todos tenemos.
[Actualización, a 8 de Febrero de 2013: De máximo interés estos testimonios de políticos “progresistas” británicos que NO están de acuerdo con la redefinición del matrimonio para incluir matrimonios del mismo sexo.]