“Desde una antropología y una pedagogía cristianas, esta dicotomía que acabo de presentar a grandes rasgos, no existe. El ser humano, ni es radicalmente malo, ni radicalmente bueno. Ni Calvino, ni Rousseau: Jesucristo. El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, posee un diseño original bueno, para la verdad, el bien y la belleza. Pero también es libre. Y en uso de su libertad puede elegir el mal. Y de hecho lo elige. Y haciendo el mal, su diseño original para el bien se debilita, se oscurece. No se anula, ni se corrompe para siempre. Sólo se quiebra como una caña cascada y titila como una mecha vacilante. Pero en Jesucristo muerto y resucitado obtendrá, también bajo condición de asumirla libremente, la posibilidad de ser regenerado, de nacer de nuevo, de recuperar el diseño perdido y realizarse en el bien…”
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