Yo no prefiero que se reciba la comunión en la mano pero tampoco puedo decir lo que no es cierto, es decir, que está prohibido porque no lo está. Ni tampoco puedo enseñar lo que tampoco es cierto: que implica profanación. Lo que yo prefiero es que se comulgue en la boca, y de rodillas, pero no soy autoridad para imponerlo, ni tampoco estoy seguro de que esas cosas funcionen mejor impuestas.
Si se piensa bien, la razón para comulgar de rodillas y en la boca es por la manifestación exterior de una actitud interior, que finalmente es la más importante. Porque en lo que atañe a nuestro cuerpo, no sólo nuestras manos sino también nuestra boca, nuestra lengua, y todo nuestro ser son indignos de Cristo, el Santo de Dios. ¿O es que son indignas las manos y son en cambio dignos los dientes o la lengua?
Nadie recibe la comunión por ser digno con dignidad de igualdad. La dignidad que nos permite comulgar es el acto consecuente de rechazar el pecado y el acto resuelto de arrojarnos en la infinita misericordia de Jesús. El rechazo consecuente del pecado implica lo que nos enseña la Iglesia sobre estar en estado de gracia, lo cual implica una buena confesión si la conciencia nos indica que estamos en pecado mortal. La confianza en la misericordia implica apoyarnos en la grandeza de su amor que suple una multitud de nuestras deficiencias e ignorancias.
Debe aclararse que el Papa Benedicto XVI no ha dicho que hay que recibir la Comunión en la boca y de rodillas; ni tampoco el muy querido Cardenal Cañizares, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, ha dicho eso. Ellos han mostrado de obra y de palabra muy claramente su preferencia y por qué es mejor hacerlo así, dando razones que muchos, y entre ellos yo mismo, tenemos como válidas en la mente y el corazón. Una buena síntesis puede leerse (en inglés) aquí. Pero pido que no pretendamos volver todo obligación porque no es esa la ley de la Iglesia.
Más que causar confusión equiparando sacrilegios y blasfemias con el acto de recibir la sagrada comunión en la mano, lo verdaderamente útil es mostrar de palabra y de obra el infinito valor del sacramento eucarístico, de modo que sea en primer lugar nuestro corazón el que esté postrado y rendido ante la majestad de Jesús en la Divina Eucaristía.