La Virgen María, especialmente en el misterio de su Anunciación, nos muestra cómo acoger el Evangelio.
De una comunidad probada y sufrida se puede aprender a perseverar
[Predicación al grupo de formación de los miércoles, en la Parroquia de N. S. del Perpetuo Socorro, en Bernardsville, New Jersey, en Diciembre de 2012.]
Un recuento sobre los orígenes de aquella comunidad a la que se dirige la Carta “A los Hebreos.” Sus penalidades y tentaciones nos enseñan muchas cosas de provecho.
Comuniones tibias y comuniones indignas
Padre Nelson, ¿me podria decir que significa una comunion tibia y una comunion indigna? – Preguntado en formspring.me/fraynelson
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Estamos hablando aquí de la comunión eucarística, es decir, de la manera y las condiciones para recibir apropiadamente la Sagrada Eucaristía.
Con toda razón se compara al amor con el fuego. El libro del Cantar de los Cantares dice: “las aguas torrenciales no podrían apagar el amor” (Cantar 8,7), con lo cual se indica el vigor y el ardor que siente dentro aquel que de veras ama. Puesto que Cristo nos amó “hasta el extremo” (Juan 13,1), no cabe sino pensar que ese amor suyo es un fuego intensísimo que consume todo otro deseo y en cierta manera lo anula. Consta además que Cristo quiso que así ardiéramos nosotros también, y el mundo entero: “Fuego he venido a traer a la tierra, y qué angustia hasta que arda…” (Lucas 12,49).
A la vista de tales textos uno se da cuenta de inmediato que la tibieza es una negación de la obra de Dios. Es un rechazo a su amor. Es querer hacer inútil su sacrificio. O por lo menos, es terrible ignorancia y gran indiferencia. Una comunión tibia es aquella que sufre de ausencia de luz o a la que falta ese ardor que es el lenguaje del amor entre Dios y el alma enamorada. Por eso debemos pedir perdón al Señor por nuestras tibiezas, que sin duda nos han hecho detestables a su corazón (véase Apocalipsis 3,15-16).
Una comunión es indigna cuando no solamente desvía la atención del propósito por el que Cristo se ha dado eucarísticamente a nosotros, sino que lo contradice directamente. De nuevo, el tema aquí será el amor, pero un amor que queda, por decirlo así, expuesto a burla, gravemente contradicho, o incluso profanado. Tristemente, esto puede suceder de diversas maneras. La forma más grave es la profanación como tal, que puede suceder de varios modos: (1) acto deliberado de usar el sacramento para fines perversos, mágicos, esotéricos o satánicos; (2) desprecio a las especies eucarísticas, por ejemplo con actos como tirarlas, o manifestar de otro modo sentimientos de rechazo o de no reconocer o valorar quién está en el Sacramento; (3) cualquier intento de obtener directamente lucro, venta o beneficio por dar la comunión (cosa totalmente distinta al estipendio propio de la intención particular de la Misa).
El sacramento eucarístico queda gravemente contradicho en su naturaleza que es la caridad cuando la persona que comulga es cómplice directo de injusticia, cisma, división, herejía, o cualquier otro pecado contra la unidad de la Iglesia o contra la comunión de amor entre los partícipes de una misma fe. Entra aquí también todo aquello que el Catecismo enseña muy bien sobre los pecados mortales relacionados con la pureza de cuerpo, y en particular la situación de aquellos que conviven sin estar casados o que están en adulterio. Además, si una persona sabe que su comunión contradice gravemente la intención y materia del sacramento y sigue comulgando o incluso lo hace como exhibición pública, es posible que se trate no sólo de un acto indigno sino de una genuina profanación.
Por último, es indigna la comunión también cuando queda el Sacramento queda gravemente expuesto a burla. Las personas que van indecentemente vestidas a la iglesia, o que comulgan en actitud de irreverencia, desfachatez o poco recogimiento, deben temer que su comunión sea indigna, y por ello mismo, no sólo inútil sino perjudicial para su salvación.
Que Dios, nuestro Señor, mientras conserva en nosotros la certeza de su misericordia que llama a todos a conversión, nos inspire sentimientos de dolor por las muchas comuniones tibias e indignas, y que sobre todo nos llene de su amor para vivir en gratitud por el Don Inestimable de su Cuerpo y de su Sangre.
ESCUCHA, Lecciones de la familia de Jesus
(1) Cristo es real; (2) No estamos condicionados por nuestro pasado; (3) La Providencia gobierna nuestras vidas.
Leer y vivir el Concilio es amar a la Iglesia
“El Concilio Vaticano II fue la manifestación más solemne del magisterio de la Iglesia en el último siglo, en continuidad con toda la enseñanza anterior. Evidentemente, sus documentos contienen una gran riqueza y, como han señalado Juan Pablo II y Benedicto XVI, nos corresponde el desafío de ponerlos en práctica, con plena fidelidad, para que Jesucristo y su Evangelio lleguen a los corazones y a las cabezas de millones de personas. Leer y vivir el Concilio es amar a la Iglesia, a la Humanidad entera…”
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