Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos para que jamás recele o juzgue según las apariencias sino que vea lo bueno en el alma de mi prójimo.
Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y acuda a ayudarlo.
Ayúdame, oh Señor, para que jamás hable negativamente de mi prójimo sino que tenga siempre una palabra de consuelo y perdón para todos.
Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para hacer solo el bien a mi prójimo guardando para mí las tareas más difíciles y penosas.
Ayúdame, oh Señor, para que mis pies sean misericordiosos y me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y cansancio, de modo que mi reposo verdadero esté en el servicio a mi prójimo.
Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí. Tú mismo me mandas ejercitar los tres grados de misericordia: el primero, la obra de misericordia de cualquier tipo que sea; el segundo, la palabra de misericordia: si no puedo llevar a cabo una obra de misericordia, ayudaré con mis palabras; y el tercero, la oración: si no puedo mostrar misericordia por medio de obras o palabras, siempre puedo mostrarla por medio de la oración. Mi oración llega hasta donde físicamente no puedo llegar.
Oh Jesús mío, transfórmame en ti porque Tú puedes hacerlo todo.
Texto enviado por César Fernández-Stoll.