El combate contra el mal es el primer aspecto del combate espiritual; aquí es cuestión de ver los intentos del enemigo para destruirnos en alguna parte, esto es lo que se puede llamar el combate espiritual para proteger lo que Dios nos ha dado.
El maligno puede intentar destruirnos de distintas maneras, esto nos concierne personalmente, es una cuestión entre el maligno y yo. El maligno no puede actuar contra mí más que por la tentación. No tiene ningún poder directo sobre mí, no me puede destruir mientras yo no sea cómplice de alguna forma, por eso va querer tentarme para intentar que yo sea su cómplice, pero mientras la tentación no encuentre en mí una complicidad, el maligno no puede hacer nada para destruirme, puede presionarme, puede hacer que tenga miedo, pero eso no destruye nada en mí.
La tentación toma posesión de mí, desde el momento que yo me hago cómplice de ella, es entonces cuando de alguna manera hay una acción destructiva en mí, pero el maligno no va a intentar dirigirse a mí directamente, él tiene necesidad de intermediarios y de mi complicidad.
[Aparte de un texto enviado por Aurelio Díaz González.]