“Los críticos Peter Milward, Peter Ackroyd y Elisabetta Sala argumentan con varios estudios el catolicismo del escritor y de su obra…”
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Alimento del Alma: Textos, Homilias, Conferencias de Fray Nelson Medina, O.P.
La humanidad ha conocido tiempos de relativa tranquilidad, como se cuenta de la Pax Romana, y ha conocido también tiempos de enorme turbulencia, como se recuerdan en Europa las Guerras Mundiales.
Aquí va una primera tesis: en los tiempos de mayor turbulencia surgen personalidades y posturas extremas, para lo bueno y para lo malo. Supongo que no necesita mayor demostración esa tesis. En buena parte la turbulencia implica menos tiempo para la reflexión y más tiempo para la acción. La suma de las consecuencias de las acciones así realizadas aumenta la presión y entonces obliga a tomar nuevas decisiones más drásticas y menos pensadas. Pronto se llega al esquema de un tornado. Los ánimos se radicalizan hacia el bien o el mal. El heroísmo y la perversión van quedando como únicos contendores.
En buena parte, el libro del Apocalipsis describe un escenario semejante. La historia humana se aproxima a su final y una serie de eventos, en cielo y tierra, conducen a una radicalización de posturas que estalla violentamente en el capítulo 19. No tiene nada de extraño entonces que cuando la confianza en los principios morales más sagrados se agrieta, la gente sienta que ha llegado el Apocalipsis.
El cerebro trabaja distinto en tales circunstancias y esto es algo que no puedo enfatizar lo suficiente. Estamos acostumbrados a imaginar nuestra capacidad racional como un espacio de sensatez intocable, superior y aislado al mundo de las pasiones, los miedos o los deseos más profundos. Una psicología de visión más amplia debería llevarnos a concluir algo distinto. En las catástrofes, naufragios, incendios o secuestros, el cerebro funciona de otra manera. Puede ser más fuerte, o más tonto, o más agudo, o más generoso.
Los tiempos turbulentos son tiempos en que ese tipo de reacciones extremas llegan a convertirse en algo ordinario. La Biblia da cuenta de ese estado psicológico, en el que, por ejemplo, dos mujeres, ambas madres, víctimas de una hambruna indescriptible, discuten airadamente, y el motivo es que habían acordado comerse a sus hijos, primero un día el de una, y al día siguiente el de la otra; pero la segunda incumplió el pacto y escondió al hijo (2 Reyes 6,26-30; véase también Lamentaciones 4,10).
Por eso estimo de irreemplazable valor el estudio de la historia. Ver cuántos pueblos han pasado por épocas de horrible estrechez y angustia; leer algo de los relatos de salvajismo y violencia; escuchar los lamentos enloquecidos de quienes llegan a circunstancias inimaginables… eso tiene un valor; eso enseña a poner en mejor perspectiva lo que vivimos y las amenazas que pesan sobre nosotros.
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Dios todo lo hace con estilo inigualable: kalós panta pepóieken.
77. En estos últimos años, en los que aún perduran entre los hombres la aflicción y las angustias nacidas de la realidad o de la amenaza de una guerra, la universal familia humana ha llegado en su proceso de madurez a un momento de suprema crisis. Unificada paulatinamente y ya más consciente en todo lugar de su unidad, no puede llevar a cabo la tarea que tiene ante sí, es decir, construir un mundo más humano para todos los hombres en toda la extensión de la tierra, sin que todos se conviertan con espíritu renovado a la verdad de la paz. De aquí proviene que el mensaje evangélico, coincidente con los más profundos anhelos y deseos del género humano, luzca en nuestros días con nuevo resplandor al proclamar bienaventurados a los constructores de la paz, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9).
Por esto el Concilio, al tratar de la nobilísima y auténtica noción de la paz, después de condenar la crueldad de la guerra, pretende hacer un ardiente llamamiento a los cristianos para que con el auxilio de Cristo, autor de la paz, cooperen con todos los hombres a cimentar la paz en la justicia y el amor y a aportar los medios de la paz.
[Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, n. 77]
En las raíces de Occidente está la civilización romana, el pensamiento griego y la fe judeo-cristiana. Griegos y Romanos ya habían conformado una simbiosis relativamente estable a partir del idioma y la riqueza cultural griegas, y la capacidad administrativa y poderío militar romanos. Pero ese mundo se alimenta de triturar a millones de seres humanos anónimos, a los que trata como herramientas de labor, o como objetos de comercio o de placer.
El mensaje cristiano, empezando por las clases sociales más bajas y ascendiendo lentamente, sobre todo a través de la convicción de las mujeres, esposas y madres, llega a convertirse en un eje central de referencia en una nueva cosmovisión que habla del ser humano como amado por Dios, y que mira el futuro no como repetición sino como redención y esperanza.
No todo es glorioso en esos siglos, sin embargo: hay mediocridad y compromisos turbios con el poder mundano. Mas providencialmente surge entonces la vida monástica, como alternativa auto-renovable y expansible, que providencialmente crece a lo largo de los caminos marcados por el Imperio Romano, ya decadente o vencido.
La civilización de los monasterios será la semilla de la Europa que conocemos, alimentada por Roma, Grecia y Jerusalén.
María es aurora del Día de Cristo, y de Él recibe toda su belleza y resplandor.
Hay que saber situar bien las tres opiniones: la ajena, la propia, y la de Dios.
Por sugerencia de varios amigos, he publicado este testimonio de mi vocación, con ocasión de los primeros 1000 videos que he publicado en Youtube.
“La investigación desmitifica una idea asentada desde los 90 que indicaba que la calidad del tiempo era más importante que la cantidad. Este estudio indica que el tiempo que se comparte a diario con los hijos en esta edad también impacta en su desarrollo. “Disponer tiempo con los hijos puede ser una tarea compleja para muchos padres por el trabajo. Sin embargo, todo cuenta”, dice a La Tercera Susan MacHale, sicóloga de la U. Estatal de Pennsylvania y autora de la investigación…”
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–A primera vista, parece inconveniente comprometer la libertad de una persona para toda la vida sin su consentimiento.
En realidad, se da en el niño el caso particular de una libertad que para desarrollarse necesita provisionalmente que otras libertades se comprometan en su lugar. Y esto se presenta en todos los aspectos de su vida infantil: lo mismo en la elección del alimento, o del lenguaje o de las normas de su comportamiento moral. No se trata, pues, de suprimir la libertad del niño, sino de suplirla para que tenga acceso a unos dones de los que irá disfrutando en una libertad progresiva. No escoger por el niño ya es escoger, porque la vida no espera.
A esto se puede añadir, contra una opinión hoy corriente, que la libertad no constituye en sí el Bien Supremo, sino que alcanza todo su valor de Bien cuando se ejerce no automáticamente, sino con conocimiento de causa.
En estas condiciones, parece ser que la regla de oro sería escoger por el niño aquello que uno desearía para sí, por ser lo mejor.
–¿Porqué bautizar al niño?
A la luz de las consideraciones precedentes, el cristiano quiere el bautismo de su hijo recién nacido. Es un acto de plena coherencia. Si para él Cristo es el sol de su vida, su mejor deseo es conseguir que su hijo participe de Él.
Para los padres cristianos es una felicidad salir al encuentro del deseo de Cristo vivo y resucitado, y ofrecerle a su hijo. ¿No es Cristo el primer responsable de este hijo, el garante de su libertad, el complemento indispensable de su ser?
«Yo soy la Vid, dice Jesús, vosotros los sarmientos. Sin mí nada podéis» (Jn 15,5).
En estas condiciones, nada tiene de sorprendente que desde los orígenes de la Iglesia, los cristianos hayan bautizados a su hijos. Tenemos inumerables testimonios. La crónica de los Hechos habla en varias ocasiones del bautismo de toda una familia (Hch 16,33). San Pablo habla del bautismo como de «una nueva circuncisión» (Col 2,11-12), y los judíos realizaban esa ceremonia ocho días después del nacimiento. Tenemos pruebas igualmente en los escritos de los Padres de la Iglesia, como en San Ireneo, obispo de Lyon hacia el año 178.
–¿Simple posibilidad u obligación de conciencia?
Para los padres cristianos, el bautismo de los hijos más que una opción es un deber de conciencia, tanto por el bien del niño como por el bien del mismo Cristo. Eso sí, es preciso que los padres se comprometan a dar a su hijo una educación cristiana, que le permita al hijo apropiarse progresivamente del bautismo con todo conocimiento de causa.
• «Dejad que los niños se acerquen a mí» (Mc 10,14)
Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.
La sobrecarga de información fácilmente puede llevarnos a perder el sentido y gusto por lo verdadero y santo.
Hablemos de los Sacramentos de la Iglesia, en especial al sacramento del matrimonio. Mi pregunta serian hasta que punto existe el sacramento entre las parejas? Para mi, sin obligar a nadie, el sacramento existe hasta que el amor, el cariño y la ayuda o deberes de los cónyuge termina y empieza la farsa, las mentiras y la falta de fidelidad mutua. El sexo debe ser objeto de unión en la pareja con fines de la procreación del genero humano y deleite mutuo. Hoy día hay muchas parejas que están separadas o divorciada y que miran a la Iglesia como la 3ra. personas que pudieran ayudarlas. Hay muchas de estas personas que uno ve en el templo que quieren acercarse a los sacramentos y involucrase en los grupos apostolicos. Que remedio puede ofrecer la Iglesia para tales personas. — Preguntado en FRAYNELSON.NET
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Una primera dificultad que encuentro con tu postura es que lo que dices no corresponde a lo que dijo Jesús en el Evangelio. ¿Podemos considerarnos cristianos y no seguir lo que enseña Cristo?
Es claro además que Cristo conoce a fondo y sobre todo ama a fondo nuestra naturaleza. Porque la conoce, sabe bien que los seres humanos fallamos, traicionamos, somos inconstantes para amar y constantes en nuestra exigencia de ser amados. Eso lo sabía Cristo cuando dijo: “Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre.”
Y Cristo ama lo que somos. No deja de amarnos cuando parece pedir de nosotros cosas que están más allá de nuestras fuerzas, como aquello de amar a los enemigos y de orar por los que nos persiguen. Su amor no es un adorno, sino la fuerza indispensable para llevar una vida que corresponda al don que él nos dio al altísimo precio de su muerte en la Cruz.
De donde uno ve que probablemente el error que estamos cometiendo es que se están casando como cristianos parejas que no conocen a Cristo, o por lo menos, no lo reconocen como Señor verdadero de cada área de su vida. Tanto el que adultera como el que se llena de odio hacia el adúltero parecen desconocer por completo quién es Jesús y qué significa y cuánto trae su Sangre preciosa.
El matrimonio como sacramento no puede, no debe celebrarse, sino solo sobre la base canónica pero ante todo existencial de otro sacramento: el del bautismo. Y una vida bautismal, una vida que tome en serio la Pascua del Señor, nos está haciendo inmensa falta en todas partes.
Un tema relacionado aquí.
Una catequesis sobre qué entendía san Pablo por carne y por mentalidad carnal.
Cristo despierta nuestra conciencia y nuestro sentido crítico frente a aquello que pretende pasar por normal.