Eres una maravilla del amor de Dios. Lo puedes descubrir en los prodigios de tu cuerpo; en los misterios de la mente; en al capacidad para la empatía, la solidaridad, la capacidad de vivir en sociedad. Y aún hay más: es el misterio de la conversión, que puede cambiar incluso un corazón tan espantosamente duro como el del centurión que a los pies de la cruz llegó a reconocer a Cristo como “Hijo de Dios.”