El discipulo, un bautizado
7. Es por lo anterior que “hacer discípulos” no sólo es un proceso de educación, enseñanza e instrucción, sino que previamente es la recepción de un don, el cual hay que pedir con corazón sincero (ya presintiéndolo). El discípulo no se hace por mera instrucción, sino que es un don y una transformación que se recibe por obra y gracia del Espíritu; y se reciben los dones, carismas y virtudes por medio del Bautismo, y se nutren a través de los demás Sacramentos.
Así se comprende la aparente paradoja de la fe y la razón: “Cree para que entiendas, pero entiende para que tengas fe”. Pues tanto la fe como la recta razón son dones recibidos para cultivarlos en unidad; quienes no poseen dichos dones no pueden resolver la aparente contradicción. Lo mismo pasa con la paradoja del discipulado: no puede ser discípulo quien no reciba el don y no puede recibir el don quien no se comporte como discípulo. Y lo mismo con la paradoja de la consagración religiosa: sólo pueden consagrarse quienes poseen (por el Bautismo) las virtudes de la obediencia, la pobreza y la castidad, las cuales se reciben (se consolidan) en la consagración.
Todo en la Iglesia y en la Doctrina de Cristo es un don y misterio excelsos, entre ellos y de gran valor está el Bautismo como Sacramento de iniciación católica.
Nos tomaría mucho tiempo y espacio para apenas bosquejar un poco las bondades y características del Bautismo. Aquí sólo expondremos algunas, explicando la importancia de bautizar y estar bautizado para la educación católica. En el CATECISMO DE LA IGLESIA se encuentra explicado el Bautismo de manera maravillosa.
[Texto original de Juan de Jesús y María.]