1. El mundo no hizo retiro; lo hicimos sólo nosotros. Hemos de estar preparados mental y espiritualmente para el profundo desnivel entre cómo nos sentimos por dentro y la realidad externa, que a menudo es indiferente, o ataca o se burla.
2. Hay virtudes realmente “divinas” y muy necesarias al final del retiro.
2.1 La divina prudencia nos invita a no pretender imponer a Cristo. Restregar la comida en la cara no produce hambre en la gente.
2.2 El divino olfato nos invita a ser como Jesús, siguiendo el hilo de las necesidades y grietas de las personas: por ellas entrará un día la gracia.
2.3 La divina percepción nos ayuda a experimentar como propia el hambre de los demás, de manera que sepamos cuándo y cómo hablar.
3. Sobre el compartir de la fe
3.1 Es preciso saber usar la información que tenemos de la persona a la que hablamos. Mirar bien en dónde están sus preguntas, dudas, fracturas y búsquedas.
3.2 Frente a los comentarios en contra de la Iglesia, hay que escuchar simplemente y comentar que hemos tenido experiencias distintas de las cuales vale la pena conversar “en otra ocasión.” rente a las preguntas relacionadas con la historia de la Iglesia o los ataques típicos de los protestantes, sirve más enviar posteriormente información por correo electrónico, u otra forma de bibliografía.
3.3 El testimonio no tiene que ser necesariamente de cosas espectaculares: lo realmente grandioso es que Jesús haya dado su vida por nosotros y que habite en nuestros corazones.
4. Podemos aplicar la parábola del sembrador a un retiro, pues en él Dios siembra semillas de gracia. Entonces:
4.1 Para evitar que el diablo se lleve lo sembrado, hay que tomar apuntes y volver sobre las grabaciones de las charlas.
4.2 Para no quedarse en una conversión superficial, hay que reservar espacios de silencio en medio de la vida cotidiana.
4.3 Para que las zarzas no ahoguen la semilla debemos examinarnos delante de Dios y reestructuras nuestras prioridades.