Marx, Nietzsche y Freud, cada uno a su modo, enseñaron al mundo el arte espantoso de no arrepentirse. Urge detenerlos con obras y palabras para que crezca el triunfo del amor.
Todavia puedes recuperar tu Cuaresma
Todavía puedes empezar a orar. Todavía puedes romperle el lomo a tu egoísmo. Todavía puedes decidirte a hacer una buena confesión–la mejor de tu vida. Todavía puedes hacer un ayuno sincero, y también compartir con los pobres lo que ahorres de tu ayuno y de otros gastos superfluos. Todavía hay lágrimas en tus ojos: gástalas pidiendo perdón por tus pecados y los del mundo entero. Todavía puedes cambiar tus planes de Semana Santa, para que sea de verdad “santa.”
Todavía tienes tiempo. No lo desperdicies. Tampoco digas que nadie te dijo. Tienes cuaresma. No la pierdas. Esta vez, por favor: NO LA PIERDAS.
Via Crucis en preciosos versos
Camino de renuncia y de plenitud de amor; camino de gracia y de redención: ¡Camino de la Cruz de Cristo! Click!
Dignidad de la conciencia moral
16. En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad. No rara vez, sin embargo, ocurre que yerra la conciencia por ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado.
[Constitucion Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, n. 16]