Un artículo de Luis Fernando Pérez Bustamente.
En un tiempo como el que nos toca vivir, en el cual los vientos del ecumenismo parecen soplar de nuevo con fuerza, no es fácil plantarse firme e intentar decir cuatro o cinco verdades acerca de los “hermanos separados”. Yo, que durante casi 9 años de mi vida fui cristiano evangélico, sé lo que es estar a los dos lados de la acera. Y se da un hecho innegable a la vez que peculiar. Mientras que en la acera protestante-evangélica podemos encontrarnos a una gran mayoría de “hermanos” que rechaza la posibilidad de que seamos cristianos los católicos verdaderos, que creemos por tanto en todos los dogmas de la Iglesia, en la acera católica no abundan aquellos que ponen en duda la naturaleza cristiana del protestantismo evangélico. Sin entrar a valorar, no merece la pena, la opinión anticatólica de esa mayoría de protestantes-evangélicos, creo necesario dar una serie de puntos claves por las que los católicos en general, y los que tienen un contacto más habitual con los protestantes en particular, deberían de ser menos optimistas en cuanto a la existencia de un elemento cristiano genuino en la eclesiología del protestantismo.
Desde los tiempos de la Reforma, el protestantismo enarboló una serie de lemas que podríamos considerar como los dogmas de fe de la cristiandad protestante. Analicemos la teoría de uno de esos lemas, y veamos en qué se convierte en la práctica:
Solus Christus (Solo Cristo)
En principio nada habría que oponer a esa doctrina esencial de la fe cristiana por la cual sabemos que la persona y figura de Cristo es, por sí sola, el centro de nuestra creencia y de nuestra vida. Sin duda, sin Cristo no hay cristianismo. Ahora bien, resulta que en la Biblia, aparece con claridad meridiana una realidad: una vez que Cristo se ha encarnado y ha fundado su Iglesia, no se puede separar la realidad de Cristo de la realidad de su Iglesia. La Palabra de Dios es clara. La Iglesia es el CUERPO DE CRISTO (Col 1,18). Pero aún dice más. La Iglesia es SU PLENITUD (Ef 1,23). Perseguir a la Iglesia es perseguir a Cristo (Hch 9,1-6) Y por si la cosa no quedara suficientemente nítida, vemos que la relación entre Cristo y la Iglesia es un misterio al que San Pablo compara con el misterio de la unión entre el hombre y la mujer (Ef 5,31-32).
Por tanto, decimos la verdad si enseñamos que no se puede creer en el “Solo Cristo” si no se acepta que con Cristo va su Iglesia, ya indisolublemente unida a Él por la eternidad. Por eso el Credo Nicenoconstantinopolitano afirma en uno de sus puntos: “Creemos en la Iglesia santa, católica y apostólica”. Es decir, desde muy antiguo queda demostrado que la fe o creencia en la Iglesia era parte de la fe cristiana.Y si Cristo mismo dijo del matrimonio aquello de que “lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”, cuanto más habremos de creer que la unión de Cristo con su Iglesia está sellada eternamente por la voluntad divina.
Una vez esto claro, cabe hacerse una pregunta: ¿atentar contra la unidad de la Iglesia no es exactamente lo mismo que atentar contra Cristo? ¿Es cristiano el dividir el Cuerpo de Cristo en mil pedazos? ¿o por el contrario la división de la Iglesia es el arma más poderosa que Satanás ha manejado durante los 20 siglos de existencia del cristianismo?
Cuando era protestante, el asunto de la unidad de la Iglesia lo veía como algo secundario y, sobre todo, perfectamente sacrificable al “dios” de la pureza doctrinal. Es decir, la verdadera doctrina expresada “sólo en la Biblia” era un tesoro de mucho más valor que la unidad visible de la Iglesia de Cristo. Pero no sólo eso. Como la inmensa mayoría de los protestantes, yo tenía un concepto sobre la Iglesia que no sólo no aparece por ningún lado en la Escritura, sino que, por el contrario, se da de tortas con el mensaje bíblico. Es lo que yo llamo el concepto docetista de la Iglesia, por el cual se rechaza la idea de que pueda existir una Iglesia visible, organizada y jerarquizada y se acepta la existencia de una Iglesia invisible, pseudo-etérea, sin una unidad orgánica real.
Sin embargo, cuando analizamos lo que la Biblia nos dice acerca de la Iglesia, vemos lo siguiente:
– Cristo dejó muy claro que la unidad de los cristianos debería ser semejante a la unidad de Él con el Padre y que, del logro de esa unidad dependería el que el mundo creyese.
– La Iglesia tenía una jerarquía muy bien definida: los apóstoles, entre ellos Pedro el primero, y luego los obispos y los ancianos (presbíteros).
– La Iglesia adoptaba un sistema de solucionar los problemas doctrinales que podemos llamar conciliar, tal y como se ve en Hechos 15, con la particularidad de que Pedro fue el que zanjó las discusiones que se estaban llevando a cabo en aquel primer concilio. Además, las disposiciones de Hechos 15 eran de OBLIGADO cumplimiento para toda la Iglesia.
– Los apóstoles eran tajantes contra aquellos que causaban división. Empezando por Pablo, que tuvo que enfrentarse por primera vez con los “denominacionalismos” en Corinto (1ª Cor 1,10-13). Y además le dio a Tito una orden bien clara sobre lo que había que hacer con los que causaban divisones. Había que amonestarlos primero y echarlos fuera de la Iglesia después, porque se habían pervertido (Tit 3,10-11). En Judas 19 se pone al mismo nivel a los que causan divisiones que a los sensuales, y de ambos se dice que no tienen el Espíritu. Y, digámoslo alto y claro, el apóstol Juan muestra en 1ª Jn 2,18-19 que los que salen de la Iglesia son anticristos, aunque algunos quieren interpretar ese texto de una forma más suave.
Ahora bien, alguno se preguntará, ¿y qué tiene todo esto que ver con el protestantismo y el Solo Cristo?: Tiene TODO que ver. Es más, el protestante que entiende esta realidad, si es honesto, necesariamente tiene que dejar de ser protestante, a menos que quiera pecar gravemente delante de Dios.
Es evidente que un sistema religioso que dice aceptar a Cristo pero que en su misma esencia lleva el virus mortal de la división del Cuerpo de Cristo sólo puede ser definido como anticristiano. No hay justificación alguna al hecho de que el protestantismo haya sido absolutamente incapaz de mantener una unidad eclesial interna mínimamente decorosa. Cuando los protestanes se ufanan en señalar los supuestos errores doctrinales del catolicismo, no se dan cuenta de que la mera existencia de multitud de denominaciones protestantes independientes unas de otras es, en su ojo, una VIGA de proporciones apocalípticas.
El protestantismo es la negación de Cristo desde el momento en que en la práctica niega la existencia de una sola Iglesia de Cristo, con una sola fe, un solo credo y un solo bautismo. Y si se niega la existencia de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, se está negando al propio Cristo. Y punto.
Si el protestantismo hubiera sido capaz de organizarse a sí mismo en una sola Iglesia o denominación, podríamos haber contemplado la Reforma desde un prisma diferente. Pero la Reforma no fue lo que supuestamente pretendía ser, sino que se convirtió en el mayor intento de aniquilación de la Iglesia con la excusa de una verdadera necesidad de cambio. Aprovecharon que la Iglesia estaba medio muerta para intentar aniquilarla del todo, pero, gracias a Dios, fue entonces cuando la Iglesia vio las orejas al lobo y se despertó con nuevos bríos, aunque bien que le costó recuperar el tono vital que había perdido entre tanta corrupción interna y tanto desbarajuste doctrinal y eclesial externo.
En definitiva, aunque cabría analizar muchas de las ramificaciones del desastre que supuso el protestantismo para la Cristiandad, me conformaré con señalar al menos unas pocas incoherencias de la dinámica dialéctica agresiva que usan con denuedo los hijos de la Reforma contra la Iglesia Católica:
– Los protestantes achacan a la Iglesia Católica el que no se basa sólo en la Biblia. Lo cierto es que ellos, que dicen basarse sólo en la Biblia, no se ponen de acuerdo sobre aspectos tan importantes como la Eucaristía, los sacramentos, la organización eclesial, las doctrinas de la gracia y la salvación (gracia irresistible y perseverancia de los santos), etc, etc, etc.
– Los protestantes atacan a la Iglesia Católica por dar un papel esencial a la Tradición, pero luego son esclavos de sus propias tradiciones interpretativas de la Palabra de Dios. Y encima, aceptan buena parte del lenguaje y el contenido doctrinal que les ha llegado a través de la Tradición católica (trinidad, filioque, domingo como día del Señor, pecado original, etc), lo cual no deja de ser una ironía histórica.
– Los protestantes usan la Biblia como arma arrojadiza contra determinadas doctrinas y prácticas católicas, pero rechazan o miran a otro lado ante lo que esa misma Biblia dice acerca de los que tienen el espíritu de división, tan presente en ellos.
– Los protestantes atacan a la Iglesia Católica acusándola de tener un sistema de gobierno dictatorial, pero resulta que buena parte de ellos ejercen una tiranía a nivel denominacional que ríase usted del actual poder disciplinar de Ratzinger y su Congregación para la Doctrina y la Fe.
En fin, por no alargarme demasiado, terminaré con una reflexión final. Creo que tanto aquellos que han nacido en una familia protestante como los que han llegado a serlo tras salir de la Iglesia Católica, deben volver con urgencia al seno de la Iglesia de Cristo. Es incompatible el ser de Cristo con el ser parte de un sistema religioso en el que se está dividiendo continuamente el Cuerpo de Cristo, en el que se niega por principio la eficacia regeneradora que el Espíritu Santo tiene en su guía de la Iglesia. Muchos verdaderos cristianos protestantes no han sido nunca enfrentados con esta realidad que estoy comentando. Muchos otros sí han sido confrontados por los hechos pero prefieren seguir sus vidas separados de la Iglesia y por tanto, a pesar de que se enfaden al leer esto, separados de Cristo.
Es nuestra misión evangelizarlos y/o resistir sus intentos por llevar a más católicos a la sinrazón de su fe imperfecta. Sin duda, muchos católicos necesitan un encuentro con Dios. Pero no puede ser que el resultado de dicho encuentro sea el que acaben saliendo de la Casa de Dios, que es su Iglesia, que es Nuestra Iglesia.
Sola Scriptura (Sólo la Biblia)
El lema “Sola Scriptura” es quizás, junto con el “Sola Fide”, una de las bases principales sobre la que pretende fundarse la Reforma protestante tanto en el siglo XVI, cuando nació, como a principios de este siglo XXI. La definición de dicho lema sería la siguiente: solamente la Palabra de Dios escrita es la autoridad final en materia de fe, doctrina y moral. Únase a eso la aceptación de la teoría del libre examen, por la cual, se cree que cualquier creyente puede y debe interpretar la Biblia por sí mismo, sin más ayuda que la del Espíritu Santo. De semejante combinación, según el ideal protestante, debería de nacer el fruto de la vuelta a los orígenes del cristianismo. La realidad, sin embargo, ha demostrado ser muy diferente. Veamos el porqué.
Tanto católicos como protestantes, también los ortodoxos, estamos de acuerdo en que la Biblia es Palabra de Dios y, por tanto, inerrante e infalible. Con la excepción de los liberales de ambos bandos, que ni tan siquiera deberíamos considerar como cristianos, tanto unos como otros creemos que Dios habla a su pueblo a través de su Palabra. Ahora bien, el católico sabe que la Palabra de Dios no puede ni debe estar sujeta a la interpretación privada que él pueda hacer, sino que es al Magisterio de la Iglesia a quien corresponde dar la correcta interpretación del texto bíblico. Los protestantes, en teoría, no tienen porqué sujetarse a ningún magisterio, aunque luego en la práctica no siempre ocurre así, ya que gran parte de ellos están influenciados por las tradiciones interpretativas de la denominación a la que pertenece su congregación. Pero, en principio, nada impide a un protestante mostrarse en desacuerdo con la interpretación de su comunidad eclesial y pasarse a otra denominación que coincida con su opinión o, si la ocasión lo requiere y tiene “talento”, fundar su propia comunidad evangélica. Ahora bien, si hemos de ser sinceros, honestos y consecuentes con la propia enseñanza de la Palabra de Dios, no nos queda más remedio que denunciar el daño espantoso que el protestantismo ha causado a la Biblia, en la que tanto dice basarse. Cualquier observador imparcial puede llegar a una conclusión muy negativa sobre la infalibilidad e inerrancia de la Biblia cuando observa que muchos afirman que ese libro es sagrado e infalible, a la vez que esos mismos no son capaces de ponerse de acuerdo sobre muchas de las enseñanzas que aparecen en dicho libro. Es decir, si de un texto infalible pueden sacarse interpretaciones dispares y todas son, siguiendo el principio del libre examen y el Sola Scriptura, igual de válidas en potencia, ¿dónde está la infalibilidad de ese texto?
El catolicismo tiene la respuesta. La Biblia es infalible pero existe también una interpretación igualmente infalible: la de la Iglesia, especialmente cuando se reune en concilio ecuménico o a través del ministerio petrino del Obispo de Roma, en quien el don de la infalibilidad es garantía y sello de dicha infalibilidad eclesial. No en vano, es la propia Palabra de Dios quien afirma que la Iglesia es la columna y baluarte de la verdad. Mala columna y baluarte sería si fuera falible. Si la Iglesia es falible, la Palabra de Dios también lo es porque esa Palabra es la que afirma que la Iglesia es lo que acabamos de escribir y que podemos leer en 1ª Tim 3,15. Unamos a eso el hecho de que la Palabra de Dios, concretamente el Nuevo Testamento, nace en el seno de la Iglesia y no al revés. El Espíritu Santo que inspira el texto bíblico es el mismo Espíritu que guía doctrinalmente a su Iglesia hacia la plenitud de la verdad. Y aunque es evidente que la Iglesia no puede contradecir abiertamente lo enseñado en la Palabra escrita de Dios, también es cierto que sólo corresponde a dicha Iglesia interpretar y guardar el depósito de toda la revelación divina, bien sea a través del magisterio infalible de interpretación del texto bíblico, bien sea a través del atento estudio y la meditación en la enseñanza de la Tradición cristiana que a lo largo de 20 siglos se ha constituido en uno de los frutos más preciosos de la guía de la Iglesia por parte del Espíritu Santo.
¿Qué es lo que, a cambio, nos ofrece el protestantismo? División, confusión, interpretaciones variadas por doquier, falta de autoridad doctrinal, etc, etc.
Preguntamos, ¿de qué nos sirve un texto infalible si no hay quien interprete infaliblemente dicho texto? ¿de qué nos vale que la Biblia sea inerrante y sin error si luego somos incapaces de ponernos de acuerdo sobre la naturaleza de la salvación, del bautismo, de la relación entre gracia fe y obras, etc, etc? Si el mismo valor tiene lo que pueda opinar Lutero (un protestante) que Zwinglio (otro protestante) acerca de la presencia real de Cristo en la Eucaristía; si el mismo valor tiene lo que enseñan los calvinistas (protestantes) que lo que creen los arminianos (protestantes) sobre la predestinación y salvación de los santos; si el mismo valor tiene lo que crea un bautista (protestante) sobre el bautismo de niños que lo que practica un luterano (protestante); si, en definitiva, todas esas interpretaciones tienen el mismo valor porque se jactan en apoyarse únicamente en la única e infalible Biblia, ¿en qué lugar queda la credibilidad de esa Biblia? ¡¡Responded a esa pregunta, estimados protestantes!! ¿Para qué queréis una Biblia infalible que es la máxima autoridad en materia de fe y moral si luego destrozáis y denigráis la credibilidad y autoridad de la Biblia dándola interpretaciones que se contradicen unas con otras?
Efectivamente, el motivo de toda esta disertación es mostrar lo absurdo de un sistema eclesial, como es el protestante, que a la vez que dice basarse sólo en el texto de la Biblia, en la práctica la niega con sus múltiples interpretaciones que, para más inri, llevan a una división eclesial que se da de tortas con la voluntad expresada por Cristo de que la Iglesia estuviera unida como Él está unido al Padre. Del árbol del libre examen y el Sola Scriptura nace la división múltiple de la Iglesia. Es, por tanto, un árbol que, en nuestras vidas como cristianos, ha de ser cortado y echado al fuego para su destrucción si queremos ser verdaderamente hijos de Dios.
A la Iglesia Católica le corresponde el deber de proclamarse firmemente como intérprete infalible de la Biblia infalible. El hacer tal cosa no le proporcionará aplausos en un mundo moderno donde la adoración el falso dios del relativismo absoluto hace estragos en las almas de los hombres, pero sin duda traerá como resultado que millones de seres humanos sepan en quién pueden confiar a la hora de alcanzar la salvación. Ese alguien no es sino Cristo. Pero no el Cristo dividido en mil pedazos del protestantismo, sino el Cristo de la Iglesia a cuyo pastoreo está el sucesor de Pedro, príncipe de los apóstoles, encargado de confirmar a los hermanos en la fe. Y es que, como la Tradición se encarga de enseñar con unanimidad poco común, “Extra Ecclesiam, nulla salus”