16. “‘Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe’ (1 Co 15, 14). La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación si Cristo, al resucitar, ha dado prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido” (CEC 651).
Como Cruz, Muerte y Resurrección se implican mutuamente entonces si Cristo no resucitó se hace ineficaz tanto su Muerte como su Pasión. ¿Por qué es vana nuestra fe si Él no resucitó? No sólo porque no mostraría claramente su poder de Dios, sino porque de no haberlo hecho, el autor del mal, el diablo, no hubiera sido erradicado y aniquilado de manera absoluta, y tendría poder para acabar con la Iglesia. Cristo hubiera vencido los engendros del diablo, o sea, el pecado, el mal, la corrupción, el caos y la muerte, pero su raíz se hubiera conservado latente, la cual no es admitida en la Resurrección, en la cual hay “cielos nuevos y tierra nueva” (cf. 2 Pe 3, 13) sin vestigios del mal. “Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20, 9) para erradicar al demonio definitivamente al llevarnos consigo.
Con la Resurrección, con el “volverse a dar vida a sí mismo” (cf. Jn 10, 17, 18), Jesús erradica de sí mismo la iniquidad que había asumido para salvarnos, y como todos estamos llamados a ser contenidos en Él, entonces en la Nueva Creación ya no tendrá parte el mal en ninguna criatura. Si nosotros no participamos en su Resurrección por rechazar su Cruz y Muerte, entonces no tendremos parte con Él, y no entraremos a la gloria de Dios; puesto que la depuración que podamos hacer por nosotros mismos, aún con la condescendiente ayuda de la gracia, será infinitamente inferior a la que Jesús logró para sí y para sus hijos, si nos conformamos con Él por su Cruz. Por ello nos repite constantemente “Permaneced en mí como yo en vosotros… pues separados de mí no podéis hacer nada”.
17. EPÍLOGO: ¿Cómo predicar la Cruz?
Primero: La Cruz es necesaria porque es la voluntad del Padre redimirnos por medio de ella, para eso entregó a su Hijo al mundo como propiciación por nuestros pecados. Sin la Cruz no hay ni Muerte ni Resurrección en Cristo.
Segundo: Quien acepta la Cruz, se hace uno con Cristo, obtiene el dominio de sí y recibe en su alma permanentemente al Espíritu Santo y a María Santísima. Con la Cruz se comprende a Dios, se valora su amor y se vence totalmente al demonio.
Tercero: Jesús afirma que con Él su yugo es suave y su carga ligera hablando de la Cruz. Los Sacramentos nos dan la capacidad de tomarla y amarla. María y la Iglesia nos suavizan la Cruz, de tal manera que se vuelve una dulce carga y nuestra vida adquiere un sentido eterno. Con la Cruz nos integramos plenamente al Cuerpo Místico de Cristo y alcanzamos el gozo de la unidad y la fraternidad en el Espíritu.