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203.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
203.2. El rocío fue siempre imagen preferida para indicar la suavidad con que pueden llegar las bendiciones de los cielos: «Como el rocío del Hermón que baja por las alturas de Sión; allí Yahveh la bendición dispensa, la vida para siempre» (Sal 133,3); «el rocío, después del viento ardiente, devuelve la alegría» (Sir 43,22).
203.3. No es difícil encontrar textos semejantes: «Destilad, cielos, como rocío de lo alto, derramad, nubes, la victoria. Abrase la tierra y produzca salvación, y germine juntamente la justicia. Yo, Yahveh, lo he creado» (Is 45,8). «Yo sanaré su infidelidad, los amaré por gracia; pues mi cólera se ha apartado de él, seré como rocío para Israel: él florecerá como el lirio, y hundirá sus raíces como el Líbano. Sus ramas se desplegarán, como el del olivo será su esplendor, y su fragancia como la del Líbano. Volverán a sentarse a mi sombra; harán crecer el trigo, florecerán como la vid, su renombre será como el del vino del Líbano» (Os 14,5-8).
203.4. Como ves, hay una especie de misterio en el rocío, que queda sugerido en aquella pregunta de Dios a Job: «¿Tiene padre la lluvia? ¿quién engendra las gotas de rocío?» (Job 38,28). Y hay ocasiones en que al mismo pueblo de Dios, colmado de tales bendiciones, se le considera como partícipe de esta naturaleza singular y misteriosa, celestial, según proclamó Miqueas: «Y será el Resto de Jacob, en medio de pueblos numerosos, como rocío que viene de Yahveh, como lluvia sobre la hierba, él, que no espera en el hombre ni aguarda nada de los hijos de hombre» (Miq 5,6).
203.5. Por todo eso, tú y tus hermanos habéis cantado tantas veces: «Lluvia toda y rocío, bendecid al Señor, cantadle, exaltadle eternamente» (Dan 3,64), porque la presencia del rocío, como un regalo que la noche le deja a la mañana, sirve para describir bien la acción benéfica, oculta y eficaz de Dios a favor de la tierra.
203.6. La mayor parte de nuestra obra se parece al rocío. Nuestra presencia es discreta y pertenece más al misterio de la noche que a la evidencia del día. Somos numerosos como las gotas del rocío en la mañana. Si aparece el Sol, que es Cristo, por un instante dejamos sentir el destello de su luz, como reflejos en las gotitas que cubren a las hojas y flores, pero pronto desaparecemos como el vapor que asemeja incienso en honor del astro rey.
203.7. Las hojas no se sienten recargadas por nuestra presencia, y las flores no pierden nada de su perfume. Se puede pasar a nuestro lado sin mirarnos, y, como somos transparentes, casi nadie repara en la gota que hace el papel de una pequeña lente, de modo que sólo servimos para dar énfasis a las obras de Dios.
203.8. Los Ángeles aliviamos el tedio de la rutina recordando a todos, incluso en el desierto, que el agua de la vida existe todavía. Y si alguien se toma el trabajo de acercar una plantita a su cara, somos capaces de entender el lenguaje de la humana ternura.
203.9. En las extensiones imponentes de la aridez más dura, hay animales y plantas que viven sólo del rocío. Así sucede en la Historia de los hombres: hay épocas que son como esas estepas imposibles, y también en ellas los Ángeles sabemos dar, como a Elías, un mendrugo de pan y un cántaro de agua (1 Re 19,4-8), de camino hacia el Horeb.
203.10. Comprended, raza de Adán, que hay amor para vosotros; entended que del Cielo viene el rocío de nuestra oración y la dulce inspiración que puede llevaros a la Alianza perfecta con vuestro Dios y nuestro Dios. Por tu parte, tú, hazme caso y para ti será el Reino de los Cielos.