Curso: Invitacion a la Cristologia (17 de 20)

Invitación a la Cristología: Curso dado por Fray Nelson Medina a los frailes estudiantes de teología del Studium Generale de los Dominicos de Colombia en el segundo semestre de 2009. Sesión 17 de 20: Segunda Serie de Cuestiones de Cristologia durante el periodo desde Nicea hasta Constantinopla III.

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Temas de la Sesión 17: Análisis de las cinco últimas cuestiones de este archivo adjunto.

Curso: Invitacion a la Cristologia (16 de 20)

Invitación a la Cristología: Curso dado por Fray Nelson Medina a los frailes estudiantes de teología del Studium Generale de los Dominicos de Colombia en el segundo semestre de 2009. Sesión 16 de 20: Primera Serie de Cuestiones de Cristologia durante el periodo desde Nicea hasta Constantinopla III.

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Temas de la Sesión 16: Análisis de las cuatro primeras cuestiones de este archivo adjunto.

Curso: Invitacion a la Cristologia (15 de 20)

Invitación a la Cristología: Curso dado por Fray Nelson Medina a los frailes estudiantes de teología del Studium Generale de los Dominicos de Colombia en el segundo semestre de 2009. Sesión 15 de 20: Arrio y el Concilio de Nicea.

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Temas de la Sesión 15:

Dios y lo divino en el mundo pagano

Para los griegos la divinidad era la capa superior de lo existente; era esencialmente parte del mismo cosmos que lo contiene todo. En el cosmos todo es explicable pero el cosmos mismo no es explicado; no es causado sino que sencillamente “es.” Las causas de Aristóteles son causas dentro del ser, en cuanto existir, y entonces no son causas del ser. Las leyes del mundo, de la creación, reposan en el acto creador, libre y sabio de Dios. En el enfoque bíblico, la creación no es necesaria sino que es algo querido. En la visión aristotélica Dios no ama al amundo pues solo Dios mismo es digno de su propio amor. En Platón, el mundo es una emanación necesaria, a modo de decadencia o excrecencia, de la divinidad. La materia es decadencia del espíritu, y toda idea es decadencia de la idea suprema, que es la idea del ser, que ocupa el lugar de Dios. Tampoco, en Platón, el mundo es amado por Dios. Si hay algo “divino” en el mundo, no es un mensaje o bondad de Dios hacia el mundo.

Si, en la perspectiva de la filosofía pagana, el mundo no ha sido querido por Dios, la relación entre ellos es o forzosa o accidental. Forzosa, como en el caso del perfume y su aroma. Lo accidental equivale a que no hay un acto del querer de Dios que tenga como término el mundo. Dios y el mundo están unidos entonces por uan especie de destino, de “moira.” Este destino es entonces el que, al final, engloba todo, incluido Dios. En la perspectiva bíblica, en cambio, Dios ha querido crear el mundo, que entonces es depositario de su amor, y es este amor el que lo engloba todo, o sea, el que puede hablar de Dios y del mundo. Los dioses paganos pueden tener pasión, o eros, pero ahí el término de su interés está en ellos mismos. El Dios bíblico es el Dios del agape. Lo último e inexplicable es el destino, en el mundo pagano, mientras que en el enfoque bíblico y cristiano, lo último e inexplicable es el amor que lo rebasa todo.

Propósito de Arrio

Arrio quiere situar a Jesucristo: ¿pertenece al área de lo divino o de lo no-divino? Arrio situó a Cristo como divino pero no igual al Padre. “Divino” en cuanto que pertenece a las altas esferas del ser, en cuanto rebasa lo que podemos esperar del mundo inmediato y al alcance de nuestras manos y recursos. Por eso el esclarecimiento de la postura arriana requiere de filosofía para definir precisamente los términos: la pregunta clave se enuncia entonces con el vocablo técnico “homoousios,” así: ¿Es Cristo de la misma substancia del Padre? Y también: ¿Es eterno como el Padre, o tiene razón Arrio al decir que “hubo un tiempo en que estaba solo el Padre”?

En el arrianismo hay también un componente político. La idea de que Cristo no es “de la misma substancia” del Padre ya está en Pablo de Samosata. Lo que cambia con Arrio es que su lugar de difusión, Alejandría, es la capital intelectual del mundo antiguo. Semejante visibilidad hace que el emperador romano deba tomar partido en materia de religión. Un emperador que no tenga la fe correcta queda como ilegítimo y anuncia riesgo de persecución. Este aspecto político hará que el arrianismo constituya mucho más que una discusión académica.

El Concilio de Nicea

El subordinacionismo de corte arriano era políticamente más atractiva para el paganismo. Un Cristo-Dios sitúa a la figura central de la fe cristiana como mayor que cualquier otra deidad, y eso en la práctica implica la negación del verdadero carácter divino de esas deidades. Los romanos habían tenido una política diferente: dejar a cada quien con sus creencias mientras pague impuestos y deje en paz a los otros con sus propias ideas de religión. Siempre es más fácil añadir un nuevo dios que quitar a los antiguos dioses. Sin embargo, Constantino, con el Concilio de Nicea, optó por el camino arduo.

Se ha calumniado a Constantino de muchos modos, sobre todo sugiriendo que con él terminó el cristianismo auténtico. Pero su actitud al aceptar un Concilio que políticamente no le convenía. No fue él tampoco quien presidió Nicea sino Osio de Córdoba, el obispo que había catequizado al mismo Constantino.

Arrio, un alejandrino con una teología en cierto sentido más cercana a la postura antioquena, podía ser estudiado mejor en un lugar diferente de Antioquía y de Alejandría, y por ello se escogió Nicea, adonde concurrieron unos 300 obispos. Nicea no sólo definió que Cristo era consubstancial al Padre sino también fijo la fecha de la Pascua, consumando así la separación, incluso litúrgica, con el judaísmo.

Homoousios

La novedad teológica de Nicea es la introducción en la discusión de la palabra “ousía” (substancia). Esa introducción fue conflictiva, no sólo por no ser vocablo bíblico, sino porque necesariamente abre la puerta a discusiones ulteriores: Si el Padre y el Hijo son de la misma substancia, ¿en qué se diferencian? De ese modo quedaron vinculados el tratado cristológico y el tratado trinitario.

“Ousía, desde el punto de vista teológico, es la lectura oficial de la metáfora bíbolica “padre-hijo.” De otra parte, el vocablo “physis” (naturaleza) alude a aquello que es propio de un ser independientemente de la influencia de los demás seres. No hay que confundirlo con “physis” entendida como la naturaleza que está al alcance de los sentidos o de nuestro conocimiento. “Natura,” en el sentido primero, que es el que interesa teológicamente, es independientemente de la Historia; la physis es lo que se puede esperar siempre y en todo lugar de un determinado ser.

Una precisión adicional: para Aristóteles, hay substancia primera y substancia segunda. La substancia primera es individual e incomunicable; la substancia segunda caracteriza a la especie, y corresponde más a lo que se entiende por “naturaleza.” La ousía, en el contexto de Nicea,

Existe una naturaleza humana que tiene múltiples instancias, pero no una naturaleza divina de la cual el Padre y el Hijo serían instancias o individuos. La physis hay que leerla desde la ousía, y en Dios la physis es única, y única es la ousía. Por eso, el Padre y el Hijo no son individuos sino “hypóstasis,” y el misterio trinitario no está en conflicto con la unidad divina si y sólo si se afirma que son las relaciones las que constituyen a las Divinas Personas, porque de otro modo las Personas quedan constituidas a modo de individuos

A pesar de las dificultades que ocasiona de cara al misterio de Dios en sí mismo (misterio trinitario) la palabra naturaleza sirve mejor que ninguna para relacionar a Cristo con nosotros, en lo que tiene de común con nosotros: nuestra naturaleza humana. Lo que “physis” tiene de deficiente en cuanto a la Trinidad, lo tiene de útil en cuanto a la Cristología en su dimensión soteriológica (nuestra salvación).

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El Hombre, Unidad de Cuerpo y Alma

Hoy día en el mundo de la cultura es fuerte la exigencia de evitar una antropología “dualista”, que contrapone el alma y el cuerpo de una forma casi hostil. A la luz de la enseñanza bíblica, se afirma con fuerza la unidad psicofísica del ser humano. La misma exigencia está presente en Santo Tomás, y —como dije en una audiencia general de 1981 (2 de diciembre)— consiste en que él «en su antropología metafísica (y a la vez teológica) prescindió de la concepción filosófica de Platón sobre la relación entre el alma y el cuerpo, y se acercó al pensamiento de Aristóteles”. En efecto, como admite Santo Tomás, el hombre en verdad padece una división interna entre la “carne” y el “espíritu”. Sin embargo, según el de Aquino, esta oposición interna y dolorosa es “antinatural”, porque es consecuencia del pecado; mientras que la exigencia profunda del hombre de la unidad y de la armonía entre la vida física y la espiritual es satisfecha por la vida de la gracia.

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